"… Porque tan
difícil como no hundirse en las dificultades, es no volverse insolente en la prosperidad.
Entérate,
hombre, de quién te ha dado lo que tienes, acuérdate de quién eres, qué es lo que administras, de
quién lo has recibido, por qué
has sido elegido tú en lugar de otros.
Has sido hecho simple servidor de Dios, administrador de los que son siervos de Dios igual que tú. No te imagines que
todo ha sido preparado exclusivamente para
tu estómago. Piensa que lo que tienes
entre manos es cosa ajena... y que de todo se te pedirá cuenta... «¿Qué voy a hacer
entonces?» Lo lógico sería que respondieras: «Saciaré a las personas
hambrientas, abriré mis graneros y convidaré a todos los necesitados». Y
que pronunciaras esta magnífica frase: «Todos los que necesitan pan,
vengan a mí»...
A
ti te gusta mucho el bello color del oro, pero no te enteras de cuántos gemidos
de miserables te van siguiendo. ¿Cuándo
lograrás poner ante tus ojos
los sufrimientos de los pobres? Mira
al pobre buscando por todos los rincones de su casa. Ve que ni tiene
dinero ni lo tendrá nunca. Todos sus bártulos juntos apenas valen unos cuantos
pesos.
Todo
te deja duro e insensible a sus ruegos. Sólo ves dinero, sólo imaginas dinero.
Con él sueñas dormido, y en él piensas despierto. Igual que los locos ya
no ven las cosas que tienen delante
de ellos, sino las que les representa su enfermedad, así tu alma, prisionera
de la avaricia, sólo ve monedas y dinero. Prefieres ver oro que ver el
sol".
De la Homilía de San Basilio, obispo, sobre la parábola del rico insensato
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