martes, 10 de enero de 2012

Para lectores con prisa, 10 de enero


"«Es mi carisma», decimos con convicción. Y ocultamos así el simplismo de un pensamiento muy poco elaborado. «Tiene garra», comentamos de nuestros líderes, y evitamos someter a crítica sus propuestas, porque hemos aprendido a venerar «lo experiencial». Los pasos iniciadores de los personajes más visibles nos evitan riesgos y malestares; la asimilación poco procesada de los modelos que ofrecen disipa dudas y evita el costoso trabajo de pensar. Y acabamos poniendo en sus manos nuestras creencias y nuestras convicciones, haciéndolas cada vez menos nuestras. Haciéndolas cada vez más vacías.
Criticaba ácidamente un pastor protestante: «Los católicos no creen en nada. Envían a los ungidos responsables de su Iglesia una hoja en blanco, ya firmada, con el permiso de ir rellenándola de dogmas y verdades, sin estructura ni prioridades. Si se les pregunta cuál es su fe, responderán sin duda: “Eso no es cosa mía; yo creo lo que digan en Roma”». Necesitamos creer, apostar por aquellas cosas que conocemos, según su importancia. Algunas cosas, como centrales e inamovibles; otras, sólo como muy importantes. Otras, por fin como pequeños detalles aquí y ahora necesarios, pero cambiables según los tiempos. Sin dogmatismos, sin rigideces en las que todo es central. Sin sobrevalorar nuestras pobres experiencias personales que intentan constituirse en profetismos inéditos.Quiero acabar así: hubo un hombre que hacía grandes cosas. Tanto que «el gentío quedaba sobrecogido y alababa a Dios, que da a los hombres tal autoridad». No es que fuera un profeta, es que era «más que profeta». Pero repetía con frecuencia: «No contéis a nadie lo que habéis visto». Porque sabía que antes de hacer valer toda su autoridad «habría de padecer mucho y ser despreciado». Era un hombre que creía en el poder de cada persona para abrirse a este mundo, para crecer y llegar a ser todos juntos Hijos de Dios. Era un hombre que no gozaba reteniendo ningún poder, sino que a los suyos les daba mucho poder. Para anunciar un orden nuevo. Para perdonar. Y poder para expulsar toda clase de demonios"
Puede encontrarse el texto en: 
Luis LÓPEZ-YARTO ¿Seréis como dioses? El poder sometido a tentación, en Sal Terrae, marzo, 2001


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