EVANGELIO
Al día siguiente, Jesús quiso partir para
Galilea y encuentra a Felipe. Y Jesús le dice: «Sígueme.» Felipe era de
Betsaida, de la ciudad de Andrés y Pedro. Felipe encuentra a Natanael y le
dice: «Aquel de quien escribió Moisés en la Ley, y también los profetas, lo
hemos encontrado: Jesús, el hijo de José, el de Nazareth.» Le respondió
Natanael: «¿De Nazareth puede haber cosa buena?» Le dice Felipe: «Ven y lo
verás.»
Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo
de él: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño.» Le dice
Natanael: «¿De qué me conoces?» Le respondió Jesús: «Antes de que Felipe te
llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi.» Le respondió Natanael: «Rabbí,
tú eres el Hijo de Dios, tú eres el rey de Israel.» Jesús le contestó: «¿Por
haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores.»
Y le añadió: «En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los
ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre.»
COMENTARIO
En este tiempo de Navidad y Epifanía viene
bien que nos recuerden la seriedad del compromiso de nuestra fe, para que no
nos quedemos en los brillos de las celebracio- nes que nos impone la sociedad
de consumo, los regalos de los Reyes Magos y las tarjetas.
Conmemorar el nacimiento de Jesús de
Nazareth, cuando se cumplen más de veinte siglos de tan importante
acontecimiento, nos llena de alegría y esperanza, pero al mismo tiempo hemos de
pensar en los exigentes compromisos de nuestra fe renova- da: el respeto y el
amor a la vida, porque la vida viene de Dios, y en Él no hay muerte.
En estos primeros días del año 2012
continúan los problemas en la tierra en la que viviera Jesús. La violencia, que
anida en los pliegues de algunos corazones humanos, brota como llama de fuego
amenazando con arrasar el planeta. Millones de niños y niñas son explotados en
todo el mundo, rompiendo así las esperanzas de un futuro mejor... Ante la
crisis, los países desarrollados reducen las cantidades destinadas a la ayuda
de los países en vías de desarrollo. Miles de millones de personas se congregan
en las grandes urbes para sentir anónimas soledades...
Jesús de Nazareth, cuyo nacimiento hemos
celebrado, no es simplemente el niño del portal de Belén, ni el bebé envuelto
en pañales, recostado en un pesebre, al que adoraron los pastores. Es el Dios
de la misericordia, la justicia y el derecho.
Natanael es el apóstol protagonista del
texto que leemos hoy. Por los datos del evangelio, debió ser un hombre judío
entendido en la Ley de Yahvé. Natanael se escandalizaba de los humildes
orígenes de aquél a quien le presentaban como al Mesías anunciado por la ley y
los profetas. Para este apóstol (también llamado Bartolomé) el Mesías no podía ser alguien
nacido en la desconocida aldea de Nazareth. A nosotros también nos cuesta
reconocer hoy el rostro de Jesucristo en los pobres y humildes de la tierra, en
los excluidos de esta sociedad de mercado, comunicaciones y “globalización”...
Sin embargo Jesús está en ellos, reclamando que le sigamos y le sirvamos, sin
escandalizarnos por su pobreza o su ignorancia.
Y ALGUNA CURIOSIDAD
Jesús convoca a sus discípulos. Andrés le
presenta a un compañero llamado Natanael (que significa: regalo de Dios).
Natanael era oriundo de Caná, ciudad vecina y rival de Nazareth. Jesús le dice
que ya le había visto «cuando estaba debajo de la higuera» ¿Qué hacía Natanael
debajo de la higuera? En tiempos de Jesús existían unos judíos seglares,
entendidos en la Ley de Yahvé. Eran denominados como «justos» o «personas sin
engaño». Estos piadosos judíos no sólo eran entendidos en la Ley de Yahvé, sino
que tenían la misión de enseñar la Torá (el Pentateuco) a sus convecinos. Y lo
hacían aprovechando la frondosa sombra de las higueras; árboles muy extendidos
y apreciados en Palestina.
Por los datos que figuran en el texto del
evangelio, tanto José, (el padre de Jesús), como Natanael formaban parte de
estos judíos piadosos que enseñaban la doctrina judía a sus paisanos.
Las anchas hojas de la higuera
proporcionaban en verano sombra abundante para que los entendidos en la Palabra
de Dios enseñaran a sus convecinos la Torá (Ley de Moisés).
Los frutos de la higuera eran muy apetecidos
en tiempos de Jesús. Su alta cantidad de azúcar permite su conservación durante
largo tiempo, bien secándolos al sol o amasándolos con harina para elaborar el
pan de higo.
En la aldea de Betfagué, que significa «casa
de los higos», se elaboraba un apreciado licor a partir de este fruto.
Por todos estos motivos la higuera se
convirtió en uno de los símbolos más importantes de la tierra prometida. La
abundancia de sus frutos era sinónimo de prosperidad y bendición.
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