jueves, 5 de enero de 2012

EL EVANGELIO DEL 5 DE ENERO

JUEVES

EVANGELIO
Al día siguiente, Jesús quiso partir para Galilea y encuentra a Felipe. Y Jesús le dice: «Sígueme.» Felipe era de Betsaida, de la ciudad de Andrés y Pedro. Felipe encuentra a Natanael y le dice: «Aquel de quien escribió Moisés en la Ley, y también los profetas, lo hemos encontrado: Jesús, el hijo de José, el de Nazareth.» Le respondió Natanael: «¿De Nazareth puede haber cosa buena?» Le dice Felipe: «Ven y lo verás.»

Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño.» Le dice Natanael: «¿De qué me conoces?» Le respondió Jesús: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi.» Le respondió Natanael: «Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el rey de Israel.» Jesús le contestó: «¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores.» Y le añadió: «En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre.»
COMENTARIO
En este tiempo de Navidad y Epifanía viene bien que nos recuerden la seriedad del compromiso de nuestra fe, para que no nos quedemos en los brillos de las celebracio- nes que nos impone la sociedad de consumo, los regalos de los Reyes Magos y las tarjetas.
Conmemorar el nacimiento de Jesús de Nazareth, cuando se cumplen más de veinte siglos de tan importante acontecimiento, nos llena de alegría y esperanza, pero al mismo tiempo hemos de pensar en los exigentes compromisos de nuestra fe renova- da: el respeto y el amor a la vida, porque la vida viene de Dios, y en Él no hay muerte.
En estos primeros días del año 2012 continúan los problemas en la tierra en la que viviera Jesús. La violencia, que anida en los pliegues de algunos corazones humanos, brota como llama de fuego amenazando con arrasar el planeta. Millones de niños y niñas son explotados en todo el mundo, rompiendo así las esperanzas de un futuro mejor... Ante la crisis, los países desarrollados reducen las cantidades destinadas a la ayuda de los países en vías de desarrollo. Miles de millones de personas se congregan en las grandes urbes para sentir anónimas soledades...
Jesús de Nazareth, cuyo nacimiento hemos celebrado, no es simplemente el niño del portal de Belén, ni el bebé envuelto en pañales, recostado en un pesebre, al que adoraron los pastores. Es el Dios de la misericordia, la justicia y el derecho.
Natanael es el apóstol protagonista del texto que leemos hoy. Por los datos del evangelio, debió ser un hombre judío entendido en la Ley de Yahvé. Natanael se escandalizaba de los humildes orígenes de aquél a quien le presentaban como al Mesías anunciado por la ley y los profetas. Para este apóstol (también llamado Bartolomé) el Mesías no podía ser alguien nacido en la desconocida aldea de Nazareth. A nosotros también nos cuesta reconocer hoy el rostro de Jesucristo en los pobres y humildes de la tierra, en los excluidos de esta sociedad de mercado, comunicaciones y “globalización”... Sin embargo Jesús está en ellos, reclamando que le sigamos y le sirvamos, sin escandalizarnos por su pobreza o su ignorancia.
Y ALGUNA CURIOSIDAD
Jesús convoca a sus discípulos. Andrés le presenta a un compañero llamado Natanael (que significa: regalo de Dios). Natanael era oriundo de Caná, ciudad vecina y rival de Nazareth. Jesús le dice que ya le había visto «cuando estaba debajo de la higuera» ¿Qué hacía Natanael debajo de la higuera? En tiempos de Jesús existían unos judíos seglares, entendidos en la Ley de Yahvé. Eran denominados como «justos» o «personas sin engaño». Estos piadosos judíos no sólo eran entendidos en la Ley de Yahvé, sino que tenían la misión de enseñar la Torá (el Pentateuco) a sus convecinos. Y lo hacían aprovechando la frondosa sombra de las higueras; árboles muy extendidos y apreciados en Palestina.

Por los datos que figuran en el texto del evangelio, tanto José, (el padre de Jesús), como Natanael formaban parte de estos judíos piadosos que enseñaban la doctrina judía a sus paisanos.



Las anchas hojas de la higuera proporcionaban en verano sombra abundante para que los entendidos en la Palabra de Dios enseñaran a sus convecinos la Torá (Ley de Moisés).

Los frutos de la higuera eran muy apetecidos en tiempos de Jesús. Su alta cantidad de azúcar permite su conservación durante largo tiempo, bien secándolos al sol o amasándolos con harina para elaborar el pan de higo.
En la aldea de Betfagué, que significa «casa de los higos», se elaboraba un apreciado licor a partir de este fruto.
Por todos estos motivos la higuera se convirtió en uno de los símbolos más importantes de la tierra prometida. La abundancia de sus frutos era sinónimo de prosperidad y bendición.



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