viernes, 1 de febrero de 2013

EL EVANGELIO DEL 1 DE FEBRERO

VIERNES


EVANGELIO
Dijo Jesús a la gente:

“El reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega”.

Dijo también: «¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas».

Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender.

Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.


COMENTARIO
El campesino confiado. 
La primera parábola que propone Jesús es una parábola «de contraste». El principio contrasta con el final. El sembrador planta la semilla... y tranquilamente espera una cosecha abundante. 

En la parábola se describe plásticamente la inactividad del labrador, que después de la siembra continúa su vida normal, alternando el dormir y el levantarse, la noche y el día. La semilla crece sin que él sepa explicar este proceso de crecimiento positivo. 

Esta parábola fue construida para las primeras comunidades que atravesaban momentos de crisis. La predicación era dura y difícil, los obstáculos muchos y variados... Y los evangelistas ponen en labios de Jesús una exhortación a la confianza. 

Esta parábola subraya la importancia de los procesos graduales, que se desarrollan progresivamente hasta culminar de forma positiva. Existen autores que ven en esta parábola una oposición a los «zelotes»; grupos de guerrilleros judíos fundamentalistas que intentaron acelerar la llegada de un Mesías político mediante un sinfín de revueltas sangrientas. 

La semilla de mostaza. 

También es una parábola «de contraste», expresada con un elemento agrícola propio de Palestina. El contraste radica entre lo minúsculo de la semilla y lo grande del arbusto que produce. 

Una semilla de mostaza es pequeña, como la cabeza de un alfiler. Hay que estar muy atento para no perderla. En las orillas del Mar de Galilea alcanza una altura que oscila entre dos y tres metros, convirtiéndose en lugar para la nidificación de ciertas aves.

 Ambas parábolas están puestas para animar la confianza de las primeras comunidades cristianas.¿Estos grupos, compuestos por gente sencilla, inculta... iban a ser el nuevo pueblo de Dios y lugar de salvación? Jesús responde afirmativamente con estas dos parábolas. Y lo dice con la misma certeza que el minúsculo grano de mostaza va a convertirse en refugio de las aves. 

A la luz de estas parábolas, el cristiano dota a su trabajo educativo de confianza y gradualidad. No abandona nunca la esperanza. Se esfuerza en su labor como si Dios no existiera, pero sabiendo que existe y que ilumina su vida. Da tiempo a las «semillas» para que germinen, se desarrollen y crezcan.

El cristiano, en cualquier faceta evangelizadora, sabe descubrir el ritmo y la originalidad de su anuncio y de su vida cristiana, al igual que hizo Jesús con las personas a las que acogió. Siempre se puso a su nivel. A prender a no desesperar en el anuncio del evangelio es un gran valor.

ALGUNA CURIOSIDAD
Semillas de mostaza

El nombre de la mostaza procede del latín (mustum ardens), que significa: mosto ardiente. Y es debido a que, cuando se mezclaban sus semillas machacadas con mosto o vino, se apreciaba el característico gusto picante -ardiente- de la mostaza.



La semilla de mostaza machacada, en pasta o en polvo, era muy utilizada en tiempos de Jesús para dar un mayor sabor al vino. La mostaza no sólo se utilizaba para dar mayor sabor al vino. Tenía también usos terapéuticos: mezclada con un poco de sal era un analgésico contra el dolor de muelas. También servía para la conservación de determinados alimentos. Las semillas de mostaza son muy diminutas, del tamaño de una cabeza de alfiler, pero su arbusto puede llegar a medir hasta dos metros de altura.








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