jueves, 29 de diciembre de 2011

EL EVANGELIO DE HOY, JUEVES 29 DE DICIEMBRE


JUEVES, 29 de diciembre

EVANGELIO


Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la oblación,

como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones». Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”. Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten, será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma».
COMENTARIO


Cuando los peregrinos judíos accedían al Templo de Jerusalén para presentar sus ofrendas, lo hacían por la puerta de Nicanor. El sacerdote de turno salía a este lugar para tomar la ofrenda y bendecir a quienes la ofrecían. En tiempos de Jesús era una puerta magnífica, adornada con hojas de vid de oro donadas por el rey Herodes. La purificación era una ceremonia para devolver la pureza ritual a la madre tras el parto. El contacto con la sangre y la placenta inhabilitaban a la mujer para presenciar el culto. Para recobrar la pureza religiosa debía presentar una pequeña ofrenda y realizar la ceremonia de “purificación” y reencuentro con lo sagrado.

Lucas aprovecha esta ocasión para seguir presentando a Jesús. En los primeros capítulos Jesús fue presentado por medio de las voces de los ángeles. Ahora lo es por medio de voces humanas, que le reconocen como «luz de las naciones». Las palabras de Simeón subrayan la universalidad de Jesús. Pero a la vez, las palabras de Simeón ponen en evidencia que la presencia de Jesús va a desatar una contradicción y un conflicto tan fuerte, que sus palabras serán causa de división.
El Evangelio de Lucas no dice que Jesús creciera a la sombra del Templo, sino en el
anonimato de un pueblecito escondido en las colinas de Galilea. Nos remite a la pequeña población de Nazareth para comprender cómo iba creciendo y aprendiendo aquel niño. Subraya, de forma muy sutil, que Jesús de Nazareth no nació sabiéndolo todo, sino que precisó de un proceso educativo.
 El cristiano tiene presente que Jesús no bajó del cielo con los bolsillos cargados de estrellas, sino que vivió un proceso de aprendizaje en el que María le enseñó los valores humanos. José, «el justo», (que significa el entendido en la Ley de Dios) le ayudo a crecer como creyente. Posteriormente será Juan Bautista quien se convierta en el orientador de la misión profética de Jesús.