JUEVES, 29 de diciembre
COMENTARIO
EVANGELIO
Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley
de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para
presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para
entregar la oblación,
como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos
pichones». Vivía entonces en Jerusalén un
hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él.
Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que
no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando entraban con el
niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto
por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: “Ahora, Señor, según tu promesa,
puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los
pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”. Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño.
Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: «Mira,
éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten, será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones.
Y a ti, una espada te traspasará el alma».
Cuando los peregrinos judíos accedían al Templo de
Jerusalén para presentar sus ofrendas, lo hacían por la
puerta de Nicanor. El sacerdote de turno salía a
este lugar para tomar la ofrenda y bendecir a quienes la ofrecían. En tiempos de Jesús era una puerta magnífica, adornada con
hojas de vid de oro donadas por el rey Herodes. La purificación era una ceremonia para devolver la pureza ritual a
la madre tras el parto. El contacto con la sangre
y la placenta inhabilitaban a la mujer para presenciar el culto. Para recobrar la pureza religiosa debía presentar una
pequeña ofrenda y realizar la ceremonia de
“purificación” y reencuentro con lo sagrado.
Lucas aprovecha esta ocasión para seguir presentando a
Jesús. En los primeros capítulos Jesús
fue presentado por medio de las voces de los ángeles. Ahora lo es por medio de voces humanas, que le reconocen como «luz
de las naciones». Las palabras de Simeón subrayan la universalidad de Jesús.
Pero a la vez, las palabras de Simeón ponen en
evidencia que la presencia de Jesús va a desatar una contradicción y un conflicto tan fuerte, que sus palabras serán
causa de división.
El Evangelio de Lucas no dice que Jesús creciera a la
sombra del Templo, sino en el
anonimato de un pueblecito escondido en las colinas de
Galilea. Nos remite a la pequeña población de Nazareth
para comprender cómo iba creciendo y aprendiendo aquel
niño. Subraya, de forma muy sutil, que Jesús de Nazareth no nació sabiéndolo todo, sino que precisó de un proceso educativo.
El cristiano
tiene presente que Jesús no bajó del cielo con los bolsillos cargados de
estrellas, sino que vivió un proceso de aprendizaje en el
que María le enseñó los valores humanos. José, «el justo», (que
significa el entendido en la Ley de Dios) le ayudo a crecer como creyente.
Posteriormente será Juan Bautista quien se convierta en el
orientador de la misión profética de Jesús.