Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?»
Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.
Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra.»
E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer, en medio, que seguía allí delante.
Jesús se incorporó y le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?, ¿ninguno te ha condenado?» Ella contestó: «Ninguno, Señor.»
Jesús dijo: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.»
Jesús equipara la capacidad de amar a la capacidad de perdonar: "a quien poco se le perdona, poco ama" (Lucas 7, 47). Para Jesús, como no podría ser de otro modo, el perdón ha de ser del todo y siempre: "hasta setenta veces siete" (Mateo 18,22). Esa es la meta.
Para poder llegar a la meta, Jesús nos propone estrategias. El tercer domingo de cuaresma (el evangelio de la higuera que no daba fruto) nos presentaba una estrategia para el perdón: "la paciencia y la decisión".
El cuarto domingo de cuaresma (el hijo pródigo) nos proponía un peldaño mas en la exigencia: "saberse poner en lugar del ofensor para poder perdonar la ofensa". Esa es la estrategia del padre bueno.
Este domingo la estrategia no sé si es más blanda que la anterior o, en el fondo, más dura. Porque más allá de la mística de las piedras que nos propone Jesús, lo más ejemplar en este evangelio es la afirmación final: "vete.. y en adelante no peques más".
Esta es la tercera estrategia del perdón: "mirar hacia adelante". Es difícil, porque por una parte somos memoria (pasado) y reclamamos siempre hechos (presente). Pero si no salimos de ese esquema, la experiencia del perdón se vuelve una misión imposible.
Por eso se trata de poner la mirada en el futuro; en el futuro, que no anula el pasado amargo, pero que puede reconducir el presente de las personas (del ofensor y del ofendido).
Me gusta mucho definir la fe como aquella experiencia que nos invita a "ver más de lo que hay", más que lo que aparece. Dicho con otras palabras: la fe es aquella experiencia que nos permite descubrir a nuestro alrededor las posibilidades que están delante de nosotros más allá de la frustración y la impotencia que no pocas veces nos ha causado la realidad.
Qué fue lo que le ocurrió a aquella mujer pecadora es lo de menos; de hecho, Jesús, no la interroga sobre el particular. Él, sin embargo, persona excelente donde las haya, descubrió en ella su posibilidad, su camino por recorrer, su futuro. Ese es el perdón que no supieron ver los hombres cargados de razones (piedras) tan poderosas como hirientes, pero inútiles para recobrar la serenidad y la paz.