El saludo, para los antiguos pueblos orientales, era como un pacto de formula breve. Al encontrarse dos personas judías se decían “Shalom”, que significaba paz; una paz integral que engloba multitud de deseos positivos.
En el evangelio de hoy leemos cómo Jesús saluda a sus discípulos. Pero más que un saludo es un deseo, un proyecto de vida, un anhelo de serenidad. Jesús, ciertamente, tenía conciencia de que en algún momento él no estaría, y que por lo tanto, la comunidad tendría que “vérselas” con el mundo desde su ausencia.
De aquí en adelante observaremos cómo hay una tensión que vertebra todo el evangelio de Juan: la tensión entre presencia-ausencia. “Estoy-no estaré; me veis-no me veréis; me voy-volveré”. No es fácil entender esta “manera de hablar”, y menos al pie de la letra.
En cualquier caso, nosotros podemos experimentar una "tensión" parecida en nuestros días. Nuestra fe siempre es una "fe tensionada".
Nos “gusta(ría)” creer pero nos “cuesta” creer; sentimos que “algo(uien)” tiene que haber, pero nos invade el vacío y el vértigo por su ausencia….
Si algo caracteriza a nuestra experiencia religiosa es la tensión. Creo que Jesús era consciente del sentimiento de “orfandad espiritual” con el que iba a dejar a aquella primitiva comunidad. Otra cosa es cómo lo viviera él.
Lo que si que está claro es que Jesús deseaba para esta vivencia tensional de la fe, paz, serenidad, ausencia de enfrentamiento, concordia… Y también convicción y firmeza (“que no tiemble vuestro corazón y se acobarde”). Y él fue el primer creyente de esas manera de vivir: en el prendimiento calma, en la cruz reza, y tras las apariciones serena.
“Shalom”: vivir en paz, poner paz, hacer la paz.