El evangelio de esta semana estás íntimamente unido al de la semana pasada. Jesús no se sintió comprendido por los suyos, incluso por los más cercanos de su familia de sangre, y decidió cruzar "a a otra orilla".
Dicha expresión -"la otra orilla"- más que una localización geográfica, se trata de un nuevo lugar existencial para el anuncio de Jesús. Lo "milagroso" del texto no es la tempestad calmada, sino la firme decisión de "salir" y de hacer un éxodo no siempre fácil para los que la "identidad" era pieza clave de su maneras de ver la vida
La Iglesia siempre ha visto en aquella barca y en tales circunstancias, la dificultad de una comunidad que se abre a los no judíos, es decir, a los que rompían el molde en aquel tiempo. Aquellos primeros cristianos tuvieron la tentación de quedarse en "lo de siempre" y "con los de siempre" , con todos los riesgos que eso conllevaba: seguridad, paz, estabilidad, pero también cerrazón, juicio y permanente condena de lo distinto a lo tuyo.
Ellos aprendieron de Jesus a abrirse a los gentiles, a los paganos, en definitiva, a los de la “otra orilla”. Y así pasó, aquella barca tan aparentemente "homogénea" ( la Iglesia primitiva), muy pronto empezó a tambalearse porque tuvieron que aprender a convivir juntos judíos y gentiles, personas que venían de sensibilidades culturales y religiosas distintas.
El sueño de Jesus parece indicar la absoluta confianza en que su propuesta tiene sentido, más allá de las bravuras del mar o de lo intempestivo del oleaje. La confianza, expresa cómo Jesús sabe “encajar” el inconveniente de la travesía. Y dicha actitud del Maestro contrasta con el anhelo de quietud de los apóstoles.
Cuando traemos el texto al hoy de nuestra vida, cambiando el contexto y los actores, tengo la sensación de que el mensaje es parecido. La expresión "cambiar de orilla" bien podría significar todas las "salidas", opciones, y decisiones que nos van conformando como personas cada día.
Ir "a la otra orilla" es salir de nuestras "zonas de confort", esos lugares "paradisíacos" en los que solemos instalarnos las personas con una vida más o menos hecha y a los que, sin duda, quizás tengamos derecho, pero que tienen el riesgo de convertirse en una trampa sobre todo cuando somos incapaces de sentir los daños colaterales que tienen para otros que generalmente viven en zonas de no-confort.
Ir "a la otra orilla" es, aunque se por unos momentos, intentar "cambiar de residencia mental". Ciertamente es necesario tener criterios, valores y sentido del juicio; pero no podemos convertir tales herramientas en absolutos inamovibles. Ver que mis ideas no son las únicas ni las definitivas y que mis sentimientos no son los únicos que hay que tener en cuenta, además de hacernos humildes, nos hace humanos.
Ir "a la otra orilla" es conceder un tiempo a la creatividad. La pereza, en cualquier ámbito de la vida, al final nos convierte en personas adustas, disconformes con todo, pero sin proponer nada. De ahí que el "mundo del miedo" esté habitado por hombres y mujeres quemados por "fuera" pero no "ardientes" por dentro.
El poeta y filósofo Rabindranath Tagore afirma que "la verdad no se encuentra al final de un camino, sino en la otra orilla del mar de la experiencia".