Mateo 24, 37-44
En este evangelio, más allá de las apariencias del texto, Jesús no está describiendo un futuro apocalíptico para infundir miedo, sino para despertar la conciencia. El problema de aquellos días no era que la gente comiera, bebiera o se casara, sino que vivía adormecida, sin hacerse preguntas, sin detenerse a discernir el sentido de lo que hacía, sin mirar más allá de lo urgente o lo cómodo.
En este sentido podríamos decir que el mayor peligro no es la catástrofe, sino vivir sin conciencia; no es el diluvio, sino la falta de pregunta; no es el final, sino la distracción que nos roba el presente.
Cuando Jesús habla de que “unos serán tomados y otros quedarán”, no describe una selección divina caprichosa. Es una imagen para señalar que hay vidas despiertas y vidas dormidas; personas que viven desde lo esencial y personas que pasan por la vida sin entrar en ella de verdad. No se trata de premio o castigo, sino de una llamada a la lucidez y a la responsabilidad.
Desde una mirada atenta, estas palabras nos invitan a abrir los ojos no solo a nuestra interioridad, sino también a lo que ocurre en el mundo: a las injusticias que normalizamos, al sufrimiento que ignoramos, a la desigualdad que aceptamos como inevitable, a la crisis ecológica que sigue avanzando mientras vivimos en la distracción del “día a día”.
El diluvio, hoy, puede ser interpretado como los riesgos y heridas colectivas que se vuelven destructivas cuando vivimos sin atención ni compromiso.
“Estad despiertos” significa entonces: no anestesiarnos ante el dolor del otro, no cerrar los ojos ante la injusticia, no renunciar a la pregunta por el sentido, no instalarnos en una vida consumista o superficial, no perder la capacidad de indignarnos y de cuidar.
Y cuando Jesús dice que “el Hijo del hombre llegará cuando menos lo penséis”, se refiere a que la presencia de lo divino se manifiesta en lo inesperado: en un rostro vulnerable, en una causa justa, en una conciencia que se despierta, en una oportunidad de transformar el mundo.
Vivir despiertos es no dejar que la vida se escape entre rutinas; es asumir que el mundo puede cambiar y que nosotros podemos ser parte de ese cambio.
El evangelio, leído así, no nos pide temor, sino conciencia; no pasividad, sino despertar interior y compromiso social; no evasión, sino presencia plena ante la vida. Porque el sentido, la verdad, la llamada a vivir de forma auténtica llega siempre en el ahora, y solo quienes viven despiertos lo pueden reconocer.

No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por tu opinión.