miércoles, 10 de septiembre de 2025

EVANGELIO DEL MIÉRCOLES 10 DE SEPTIEMBRE. SEMANA 23 DEL TIEMPO ORDINARIO

 

EVANGELIO
En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo: «Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis. Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas. Pero, ¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya tenéis vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque tendréis hambre. ¡Ay de los que ahora reís!, porque haréis duelo y lloraréis. ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas.»

Lucas  6,  20-26


COMENTARIO

En la Biblia, el “ay” no es un insulto ni una maldición. Los profetas lo empleaban como un aviso serio: “¡Atención, por ahí vais mal!”. Era una advertencia cargada de lamento, destinada a que el pueblo no se engañara a sí mismo. Cuando Jesús, en Lucas 6, pronuncia esos “ayes”, no está condenando, sino llamando a despertar de las falsas seguridades en las que solemos instalarnos.

Podemos entender los “ayes” como un despertador existencial. Igual que una alarma que interrumpe el sueño para evitar que uno llegue tarde, estas palabras interrumpen nuestras comodidades para sacarnos de la inercia y devolvernos a lo esencial.

  • Aferrarse a lo material. Poner la confianza en el dinero o en las cosas termina por esclavizar. Ningún bien material puede colmar la sed más profunda del corazón.

  • Pensar que ya no falta nada. Creer que uno ya está saciado, que lo tiene todo bajo control, es una ilusión peligrosa. La vida humana siempre reclama algo más: más amor, más sentido, más verdad.

  • Vivir en la superficialidad. A veces la alegría fácil puede convertirse en una forma de evasión. Pero la realidad acaba imponiéndose y muestra que no se puede vivir siempre en la superficie. El “ay” nos recuerda que la hondura es imprescindible para una vida auténtica.

  • Depender de la opinión ajena. El reconocimiento de los demás es agradable, pero vivir pendiente de la aprobación constante conduce a la pérdida de autenticidad. El “ay” nos invita a ser veraces con nosotros mismos, aunque ello suponga ir contracorriente.

En definitiva, los “ayes” son palabras incómodas, pero necesarias. No buscan asustar, sino despertar. Nos sacan de la ilusión de seguridades pasajeras y nos orientan hacia lo que verdaderamente sostiene: la apertura confiada a Dios, la compasión hacia los demás, el deseo sincero de plenitud y la valentía de vivir en la verdad de uno mismo.


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