miércoles, 1 de noviembre de 2023

MIÉRCOLES, 1 DE NOVIEMBRE.

  



EVANGELIO
En aquel tiempo, al ver Jesús el gentio, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles:
–«Dichosos los pobres en el espíritu, 
porque de ellos es el reino de los cielos.
Dichosos los sufridos, 
porque ellos heredarán la tierra.
Dichosos los que lloran, 
porque ellos serán consolados.
Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, 
porque ellos quedarán saciados.
Dichosos los misericordiosos, 
porque ellos alcanzarán misericordia.
Dichosos los limpios de corazón, 
porque ellos verán a Dios.
Dichosos los que trabajan por la paz, 
porque ellos se llamarán los Hijos de Dios.
Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, 
porque de ellos es el reino de los cielos.
Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.»


Mateo   5, 1-12

COMENTARIO

No pocas veces ocurre que el evangelio entra en contradicción con uno mismo. En más de una ocasión cabe que lo leamos y a continuación manifestemos, bien nuestro desacuerdo, bien nuestra perplejidad. Personalmente esto me ocurre con el episodio de las bienaventuranzas. ¿dónde está la dicha en algunas de las situaciones que nos presenta el texto? ¿No ocurre más bien que ciertas situaciones descritas lo que nos produce es  desdicha?

 

Cuando esto ocurre hay que entrar dentro del texto para ahondar e intentar comprender.  Quizás, en el caso de las bienaventuranzas, resulte sugerente el espacio físico en el que son pronunciadas: la montaña. Dicen, quienes hasta Jerusalén han peregrinado, que desde tal lugar se vislumbra todo el mar de Galilea.

 

Quizás ahí esté la respuesta. Jesús pronuncia tal declaración desde un lugar elevado, "por encima" de la realidad. De este modo indica que, cuando la vida se te revuelve, es bueno realizar ese ejercicio: el ejercicio de aprender a mirar  "más allá de lo que tenemos delante". Y entonces, intentar ver y sentir la inmensidad del mar.

 

La pobreza económica o de expectativas, el sufrimiento y el dolor, el llanto, la sensación de "ser menos o de ser poco", la injusticia, el dolor que te produce convertirte en bálsamo de la herida del prójimo, la incomprensión... en fin toda la carga existencial que supone las bienaventuranzas, por sí misma, resulta asfixiante.

 

Pero Jesús debió decir a ese "ejército de perdedores": venid conmigo a la montaña, mirad la belleza del mar, confiad en que allí llegaréis.


Y esa es la dicha o la buena-aventura: no saberte ni sentirte solo cuando tocas fondo en tu vida, o cuando te duele la vida. Y también compartir con otro, señalándola, la bella-aventura del vivir.

 

¡Dichosos los que, a imagen de Jesús, son capaces de señalar dichas desde los montes a quienes yacen heridos en barrancos! ¡Dichosos los que encuentran a personas que así actúan!

 


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