El milagro que recoge el texto hay que situarlo en un lugar de la ciudad de Jerusalén al que tenemos acceso por la arqueología: «La piscina probática».
El estanque era rectangular y medía unos 100 metros de largo. Un muro de roca viva dividía la piscina en dos. Este muro de separación también tenía pórtico, por eso el evangelio habla de cinco pórticos. Se han hallado escaleras que facilitaban el acceso al agua.
El agua pasaba de la parte más alta del estanque a la otra (mirad la imagen del comienzo). Cuando así ocurría, el agua se agitaba ligeramente.
Hay otro dato simbólico muy significativo: el paralítico llevaba 38 años postrado en los pórticos sin que nadie le ayude a entrar en la piscina para recibir sus beneficios terapéuticos.
Es extraño que se cite una cifra con tanta precisión. Se trata de un número simbólico. Todos los judíos sabían que 38 años es la cifra que da el libro del Deuteronomio (2,14) para indicar la generación de israelitas que salieron de Egipto y murieron sin entrar en la Tierra Prometida porque no fue fiel a Yahvé.
Descubierto este código es fácil comprender el texto en su contexto. Más allá de la curación, relativamente normal por las propiedades del balneario, aquella comunidad cristiana quería transmitir que Jesús es el nuevo y definitivo liberador-facilitador de la salvación.
Si el paralítico representa al Israel que nunca consiguió llegar a la Tierra Prometida, y por tanto es una figura representativa de todo el pueblo sometido y sin vida, descrito como una «muchedumbre», Jesús es quien representa el nuevo “designio salvador de Dios. La propuesta vital de Jesús es una propuesta inclusiva y absolutamente comunitaria.
Por tanto, cuando traemos el texto a nuestra cultura actual supone una pregunta por nuestra manera de vivir la fe; es una pregunta por la capacidad que tiene nuestra religión de facilitar la vida y la esperanza o recluirla en bucles aburridos o encrucijadas asfixiantes.
Se trata de preguntarnos si nuestra religión da esperanza, ánimo, aliento vital o, por el contrario nos deprime y nos aísla. Se trata de preguntarnos si nuestra religión nos paraliza o dinamiza nuestro proyecto vital.
Contrasta esta experiencia con el final del evangelio. Para algunos –fariseos, supongo- , lo único que les interesaba saber era si Jesús había hecho eso en sábado (que no estaba permitido) o no.
Y es que la religión de la norma y el precepto siempre ha existido y siempre ha asfixiado.
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