- «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?»
Ellos contestaron:
- «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.»
Él les preguntó:
- «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Simón Pedro tomó la palabra y dijo:
- «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.»
Jesús le respondió:
-«¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo.
Ahora te digo yo:
Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará.
Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.»
Hoy recuerda la Iglesia ese poder especial que Jesús dió a Pedro, el llamado "poder de las llaves". También es verdad que unos versículos después, el poder de "atar y desatar", vinculado al poder de las llaves, se lo dio a toda la comunidad según consta en el capítulo 18 de San Mateo.
Probablemente "atar y desatar" se refiera al hecho de poder "perdonar los pecados". Y esa promesa fue dada también a todos los discípulos en el capítulo 20 de San Juan.
Es indudable que Pedro tuvo un protagonismo propio, diferenciado del de los apóstoles, en los comienzos de la Iglesia. Pero de ahí, a que fuera un poder absoluto, hay mucha distancia.
Cuando traemos el texto al hoy de nuestra vida irremediablemente nos viene a la cabeza la figura del Papa; su ministerio quiere ser una herencia del ministerio de Pedro.
El papado es un servicio en la Iglesia; servicio que en algunos momentos de la historia ha quedado desdibujado por la dudosa moralidad de alguno de los inquilinos del vaticano, pero que en otros momentos ha resultado y resulta ser imprescindible para mantener la tarea evangelizadora.
El papa es necesario en la Iglesia; alguien tiene que gobernar. Todos gobernamos; el Papa en la Iglesia universal, el obispo en su diócesis, el cura en su parroquia, el catequista en su grupo, y quien tiene la llave de su humilde parroquia en los asiduos diarios. A excepción de estos dos últimos casos, el gobierno y el poder en la Iglesia, todavía hoy, tiene un tinte marcadamente masculino que además de anacrónico es hiriente y triste. Veinte siglos de historia y todavía con estas cuestiones no resueltas, denota un déficit de sensatez insoportable.
Gobernar es una mediación para la unidad; es decir, deber ser una experiencia "inclusiva". Mandar para "excluir" es propio de dictadores débiles. Sin embargo, mandar y tener la capacidad de reunir es signo de una autoridad gustosamente ejercida y gratamente recibida.
La Iglesia actual sólo podrá ser plural y diversa si hay alguien que garantice la importancia del otro, la alteridad, incluso cuando esa alteridad es crítica. Cuando nadie hace ese servicio, el que manda, pervierte el poder y lo condena a una inoperante actividad.
Mandar se convierte en servicio, cuando se consigue crear espacios de comunicación libres, sensatos, y constructivos.
Jesús no fue Elías, un buen hombre del Antiguo Testamento, pero no exento de ciertos delirios de grandeza de los que tuvo que corregirse con humildad. Jesús tampoco fue Juan el Bautista, un provocador, claro ejemplo del conmigo o contra mí, expresión que revela un tufillo sospechosamente excluyente.
La gran intuición de Jesús fue la llave (la clave) de la comensalidad, la comida en común, un espacio abierto donde se comparte la vida más allá de las tentaciones rupturistas, que las hubo y las habrá.
Y esta intuición se convierte en aviso para navegantes de los "serenos" de hoy, portadores de llaves, códigos morales y normas canónicas, cuyo único objetivo ha de ser el de facilitar la vida.
Y en caso de duda... es mejor mejor entregar las llaves, regalarlas o perderlas (como parece que hizo Jesús en la cruz), antes que amenazar con ellas .
Felicidades al sereno del Vaticano, el Papa Francisco, en un día como hoy.
Estoy de acuerdo contigo
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