EVANGELIO
En el texto de hoy, hay un detalle que siempre me ha sorprendido. Sorprende la tensión que en Jesús supone la montaña y el llano. En la montaña reza, se siente débil y zozobrante, se vacía de sí y se llena de la experiencia del Padre …; y en el llano, libera, acaricia, grita y muestra todo su amor.
La montaña es lugar de acogida del misterio que lo envuelve, el llano, lugar de donación exuberante de toda su persona.
Y es como si la orografía del mundo fuera una réplica de los movimientos de nuestro corazón, sístole y diástole, acogida y donación, llenarse y vaciarse. Ese movimiento nos asemeja a Jesús y –permitidme el exceso literario- nos hace divinos.
Por eso cuando no escuchamos y sólo hablamos, y cuando nuestro grito sólo nos desahoga pero no nos ahoga, quizás no hemos descubierto la espesura que hay en nosotros, y entonces la criatura que somos, cuál adolescente nervioso, no es más que una curva recluida en su centro que se sabe, solo y sólo, ombligo del mundo.
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