martes, 2 de febrero de 2021

EVANGELIO DEL 2 DE FEBRERO. FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DE JESUS EN EL TEMPLO.

EVANGELIO
Cuando se cumplieron los días de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones».
Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.
Y cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo acostumbrado según la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:
«Ahora, Señor, según tu promesa,
puedes dejar a tu siervo irse en paz.
Porque mis ojos han visto a tu Salvador,
a quien has presentado ante todos los pueblos:
luz para alumbrar a las naciones
y gloria de tu pueblo Israel».
Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: «Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción —y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones».
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, ya muy avanzada en años. De joven había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones noche y día. Presentándose en aquel momento, alababa también a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.
Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño, por su parte, iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él.
Lucas    2, 22-40

COMENTARIO

Simeón y Ana, dos personajes significativamente simbólicos del Nuevo Testamento, representan, sin duda alguna, al pueblo de Israel que esperaba con pasión la llegada de alguien que fuera capaz de transformar algo. Es muy sugerente la descripción que hace de Ana, su tiempo de casada y viuda es una combinación numérica (de la que no viene al caso su explicación), pero que quiere expresar lo harto que estaba ya el pueblo de Israel de tanta palabrería estéril.

Y Simeón por su parte dedica a Jesús un titulo "cristológico" un tanto atípico. Dice que Jesús será una "bandera discutida" o un "signo de contradicción"; hoy diríamos que Jesús es un elemento de contraste o un líder carismático ante el que hay que optar y posicionarse con él o contra él.

Decir que Jesús es la Luz del mundo puede ser decir mucho o decir nada. Lo importante no es "lo que sea", lo decisivo, más bien es "lo que es para ti". Esa es la clave del texto.

Todo el relato está construido para que el lector de cualquier tiempo se pregunte, ¿quien es Jesús para ti?, ¿te deja indiferente, o es un contraste para tu vida?

Nuestro "ser religioso" o no, no se mide primeramente por nuestra lista de devociones particulares; casi todas ellas son muy respetables, pero muy limitadas evangélicamente hablando.  Tampoco se mide por el peso que tienen nuestras pías devociones marianas, tan fuertes en determinados contextos, como vacías y fatuas a la hora de influir en nuestra vida de fe. Nótese como allí donde abundan determinadas devociones de este tipo siempre acaban surgiendo intereses de todo tipo muy discutibles.

Nuestro "ser religioso" se mide más que por la "cantidad" de prácticas sacramentales, por la "cualidad" de nuestras opciones evangélicas. ¿En qué medida los relatos evangélicos siguen siendo un modo de vida para mí?

Personalmente estoy plenamente convencido que por los evangelios circula un manantial de vida difícilmente superable. Ahora bien, hay que descubrirlo. E igual que un pozo no se agota en su brocal, el evangelio no termina en su letra.

El evangelio de hoy es una llamada a acoger el original proyecto de Jesús como un continuo contraste de nuestra vida. Y desde luego una experiencia religiosa que solo se nutre de "brocales floridos" dura lo que las gotas de rocío a la hora del mediodía. 




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