Por tercera vez leemos este bello prólogo del evangelio de San Juan en este tiempo de Navidad. En este domingo, quizás haya que leer este texto a la luz de la primera lectura en la que aparece un elogio de la Sabiduría. Jesús es la Sabiduría. Esta sería una buena interpretación para hoy.
Los evangelio de la infancia con la estética de la gruta, el pesebre y los pañales, permiten reconocer en tales signos la fragilidad de Jesús. Fragilidad que sin duda se convierte en fuerza seductora.
Sin embargo, en el texto de hoy, Jesús aparece más como Palabra-Sabiduría. Jesús es el Sabio por excelencia.
Qué significa ser sabio. Dese luego que los sabios de todos los tiempos son expertos en conocer. Pero no es suficiente tener conocimientos para ser sabio. El sabio es el que siente, el que saborea, el que pone gusto a la vida y le saca el gusto a la vida.
Es curioso, la palabra "sabio" y "sabor" proceden de la misma raíz. Hay una sabiduría propio del sabelotodo que resulta saturante, por no decir abominable, tal y como lo expresa el libros de eclesiástico en la imagen que ilustra este comentario.
Sin embargo, hay un saber que es más propio de aquellas personas que ven al tiempo la realidad y sus matices. Ser sabio es mirar con hondura la vida y a la personas que la habitamos.
Ser sabio es saborear lo que cada uno aportamos sabiendo que lo propio es siempre parcial, y que en lo de todos se encuentra la lucidez.
En el fondo, el sabio, se siente pobre, o quizás más bien humilde, porque ha llegado a la convicción de su insignificancia y su precariedad.
Por eso, la fragilidad del Pesebre y la sabiduría del Logos, son una misma cosa porque necesitan ir unidas.
En esta peculiar navidad no vendría mal preguntarse por el perfil de nuestra sabiduria: la que es propia de nuestro "saberlo todo" perfilándolo de vanidad cuando no de terquedad, o más bien la que se nutre de vivir con una "mente y un corazón abiertos" a las intemperies que casi siempre nos sobrepasan.
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