miércoles, 20 de mayo de 2020

EVANGELIO DEL MIERCOLES 20 DE MAYO. SEMANA 6 DEL TIEMPO DE PASCUA


EVANGELIO
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
–Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora: cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir.
El me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando.
Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo anunciará.

Juan  16, 12-15


COMENTARIO

La primitiva comunidad cristiana en este texto, hace una radiografía del interior de Jesús y de sus sentimientos.

Y cuando lo hace revela cómo Jesús dejó de sentir a Dios como juez, porque le llamó Padre (Abba-"papaíto"); a sí mismo, se concibió como persona libre y, desde su libertad, se supo entregado por amor a los otros sin reservarse nada de su vida; y consciente del valor que tenía esa manera de vivir nos ofreció su aliento, su empuje, ...su Espíritu... para que continuáramos su obra.

Lejos quedaban ya los dioses griegos, tan egoístas como inútiles; distantes… muy distantes, los dioses romanos, tan guerreros como cínicos.

Jesús sólo sabe vivir amando, desde un amor recibido (el de aquel a quien él llama Padre), y con la esperanza puesta en que a partir de su testimonio nadie más osará vivir sin ese amor (por eso viviremos en su espíritu y desde su espíritu).

Y en esta tensión, tan vital, vamos haciendo saludable y sentida nuestra existencia; es decir, la vamos salvando.

Cuando traemos el texto al hoy de nuestra vida, creo que se convierte en una bella parábola de lo que significa vivir de verdad.

Frente a la ilusión "moderna" de pensar y sentir que lo podemos todo, Jesús parece revelar que la vida es siempre recibida de otro, y que, en lo más crucial de la propia vida (nacer-ser) ya había allí alguien naciéndote sin tu esperarlo ni pedirlo. 

Por eso, llamar a Dios Padre y Madre, es una manera de decir y de sentir que la vida es un regalo insospechado.

Pero no sólo eso. Que la vida no nos pertenece absolutamente (independientemente de la certeza de la muerte), nos lo recuerda el hecho de que todas nuestras energías y alientos, todo nuestro desarrollo vital, todo nuestro espíritu, habrá alguien que lo recoja y lo haga más pleno.

Nuestra vida no acaba con el último latido de nuestro corazón. Nuestro espíritu, como el Divino, permanecerá como bella huella e histórica impronta de nuestro ser.






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