sábado, 30 de mayo de 2020

EVANGELIO DEL SÁBADO 30 DE MAYO. SEMANA 7 DEL TIEMPO DE PASCUA.


EVANGELIO
En aquel tiempo, Pedro, volviéndose, vio que los seguía el discípulo a quien Jesús amaba, el mismo que en la cena se había apoyado en su pecho y le había preguntado: «Señor, ¿quién es el que te va a entregar?»
Al verlo, Pedro dice a Jesús:
«Señor, y éste, ¿qué?»
Jesús le contesta:
«Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué? Tú sígueme.»
Entonces se empezó a correr entre los hermanos el rumor de que ese discípulo no moriría. Pero no le dijo Jesús que no moriría, sino: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué?»
Este es el discípulo que da testimonio de todo esto y lo ha escrito; y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero.
Muchas otras cosas hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que ni el mundo podría contener los libros que habría que escribir.

Juan 21, 20-25



COMENTARIO

El protagonista del evangelio de hoy     -Juan, el discípulo amado- es el contrapunto espiritual y pastoral propio de esta vigilia de pentecostés.

Pedro, en este final del cuarto evangelio, representa el valor de la fortaleza, la tradición y la firmeza de la fe. La memoria del pasado, en cuanto que cúmulo de todo nuestro hacer colectivo y comunitario, es muy importante para nuestra religión. Pero no es suficiente. Pedro es esa necesaria y constante dimensión de nuestra fe. Pedro es la mirada serena que calma, atestigua y da consistencia a los hechos.

Pero esa mirada ha de estar complementada con la del "alocado Juan". Aquel que llega primero, corriendo, al sepulcro, aunque  viendo lo mismo que Pedro no se atreve, de momento, a dar el salto de la fe. Juan es el dinamismo hacia el futuro en un presente cambiante. Juan es la creatividad y la mirada atrevida.

Al final del cuarto evangelio apareen ambas figuras no como excluyentes sino como complementarias a la experiencia de la fe cristiana.

En la víspera de pentecostés son un válido testimonio de que al Espíritu, nadie lo tiene en propiedad ni en preeminencia. 

Se llama Espíritu, precisamente, porque esta en todo y en todos.

¡Pobres de aquellos que se convierten en guardianes de él y en custodios, en consecuencia, de la nada.! 

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