La palabra "pureza", en tiempos de Jesús, era reveladora de una "estructura social"; estructura social por cierto que Jesús se encargó de dinamitar. Hoy, la misma palabra "pureza", es litúrgicamente ininteligible para muchas personas y socialmente sospechosa para quien presume de ella, porque todo el mundo tenemos algo por lo que callar.
Además, culturalmente hemos aceptado otro "marco" más moderno; efectivamente hoy nadie habla de pureza-impureza pero sí que hablamos de personas tóxicas, amistades tóxicas, productos financieros tóxicos y entornos de vida tóxicos. En el fondo (como ocurre con la flecha y el avión), es el mismo esquema con distintas palabras, pero queda más molón decir tóxico que impuro.
Se trata de esta constante humana consistente en la necesidad que tiene la persona de "etiquetar" (juzgar) la realidad y defenderse del "otro", apropiándose de una verdad que se creer tener en exclusiva.
Si algo hizo Jesús fue decir que lo de las etiquetas no va con el Dios que el predica. Su Padre es el gran des-etiquetador, y cuánto más nos dediquemos los humanos a ponerle etiquetas a los demás ( tu sí-tu no), más lejos estaremos del corazón de Padre y Madre que Jesús veía en Dios.
Paradójicamente, para Jesís, tóxicas (es decir, impuras), son aquellas personas que más allá de sus actos externos, tiene un corazón engreído; un corazón creído de ser juez de todo y misericordiante de nada.
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