domingo, 23 de junio de 2019

EVANGELIO DEL DOMINGO 23 DE JUNIO. FIESTA DEL CORPUS.


EVANGELIO
En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar a la gente del Reino de Dios, y curó a los que lo necesitaban.
Caía la tarde y los Doce se le acercaron a decirle:
–Despide a la gente que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida; porque aquí estamos en descampado.
El les contestó:
–Dadles vosotros de comer.
Ellos replicaron:
–No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío. (Porque eran unos cinco mil hombres.)
Jesús dijo a sus discípulos:
–Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta.
Lo hicieron así, y todos se echaron.
El, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos.

Lucas   9, 11-17


COMENTARIO

Confieso que un servidor tiene el gusto de adorar muy a menudo el gran acontecimiento eucarístico, cada vez que celebro la eucaristía y participo de ella comulgando.

Por eso mismo, como puedo sentirlo de tal modo, comiéndola, otras formas de adoración eucarística, como el mirarla exclusivamente, me resultan no tan satisfactorias como la adoración extrema que supone participar de la Mesa Compartida.

Digo esto porque, en esto del pedagogía de la fe eucarística,  mi perfil se identifica más con el Jueves Santo que con el día el Corpus. Sé que para muchos esto pueda parecer un matiz innecesario, pero en el fondo, uno en la vida, a la larga, tiende a evitar lo adjetivo y a perseguir lo sustantivo.

El conocido himno "Pange, lingua, gloriosi...", que el afamado Tomás de Aquino nos dejó como herencia orante ante el acontecimiento eucarístico, nos revela en una de sus estrofas una de las experiencias más paradójicas que nos puede proporcionar la Eucaristía.

Dice Tomás de Aquino, en latín: "Et si sensus deficit, ad firmandum cor sincerum. Sola  fides sufficit". Esto, en lenguaje normalizado y común, que es el que debiéramos utilizar,  significa: "Y aunque fallan los sentidos, basta la sola fe para confirmar al corazón recto en esa verdad."

¿De qué verdad hablamos? Pues de la provocación que supone el evangelio de hoy. A los discípulos les "fallaron los sentidos". No percibieron la intención del Maestro que estaba ante ellos. ¿Qué son cinco panes y dos peces para cinco mil hombres? La reacción de los discípulos fue aparentemente sensata: que cada uno se busque la vida ("despídelos y que cada uno se busque alojamiento y comida").

Pero Jesús desafío lo fallidos sentidos de sus discípulos: "dadles vosotros de comer", o dicho de otro modo: sed vosotros vida para los demás, sed vosotros la vida de ellos. Yo me imagino a los discípulos con cara circunspecta y diciendo para sus adentros: tierra tráganos.

Esto nos pasa a los humanos normales cuando confundimos lo increíble con lo imposible. Pero la experiencia nos demuestra que hay cosas increíbles que al final son posibles. El riesgo de este itinerario no pocas veces paraliza nuestro corazón y nos ata las manos. El Maestro de Galilea no enseña a "creer más allá de nuestros sentidos", encajando con pasión su provocación.

Pongamos un ejemplo: fallan nuestros sentidos cuando, muy a pesar de nuestra percepción, la bellota se convierte en encina; o cuando el bebé, absolutamente dependiente y frágil, empieza a darnos en su etapa madura lecciones de vida. Lo que es increíble ante la bellota o el bebé, se ha hecho posibilidad real cuando estamos ante la majestuosa y sobria encina o la persona madura.

Cada día, cada domingo, la Mesa Compartida  de la Eucaristía nos provoca: dad de comer al mundo, sed vida para los demás, desvivíos, dejaros comer, derramaros ante el otro, convertid vuestra vida en alimento de la de los demás...

Y aunque, como diría Tomás de Aquino, los sentidos nos fallen  y las fuerzas flaqueen, hemos de intentar cada día la vida confiados de la posibilidad de tal tarea. La Eucaristía, antes que pan del cielo o sueño divino, es compromiso eficaz por un modo de vida y por un sentido de la historia, entendida como absoluta donación de lo que somos.

Ser adoradores del Santísimo, no consiste en mirar un cuerpo "bellamente custodiado". Esto ronda la blasfemia. Ser adoradores del Santísimo, supone mas bien hacer nuestra su vida y comulgar con su memoria.

Ser adoradores del Santísimo, nos convierte a todos en continuadores de quien entregó su vida increíblemente posibilitando una nueva manera de vivir, y que por eso mismo, sigue provocando a la memoria de la humanidad a seguir actuando de tal modo en nuestros contextos vitales.

Comulgar su vida, nos compromete a tal tarea y nos une a la comunidad que sigue sustentando su real presencia y transformadora memoria.







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