viernes, 13 de marzo de 2020

EVANGELIO DEL VIERNES 16 DE MARZO. SEMANA 1ª DEL TIEMPO DE CUARESMA


EVANGELIO
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. Habéis oído que se dijo a los antiguos: No matarás, y el que mate será procesado. Pero yo os digo: Todo el que esté peleado con su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano imbécil, tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama renegado, merece la condena del fuego. Por tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Con el que te pone pleito, procura arreglarte en seguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último cuarto”.

Mateo   5, 20-26

COMENTARIO

Hoy el evangelio se entiende con notabilísima evidencia. Es de agradecer, puesto que los contextos culturales en otras ocasiones suponen un velo que dificultan su compresión.

Pero la suma evidencia nos compromete y de qué manera. Da la sensación en el evangelio de hoy de que la única dificultad para acceder “en gracia” al templo es la constancia personal de haber hecho daño a alguien. Y esa sensación me parece de un envidiable sentido común.

Efectivamente, la ofensa al hermano pone en cuestión la “amistad con Dios”, según afirma Jesús. Esto significa que a Dios, según la lectura de hoy, no se le puede ofender directamente. 

Se “ofende” a Dios, cuando se daña al hermano, incluso cuando ese daño se produce sólo en tu fuero interno.

“Ofender”, viene del latin, y significa precisamente “golpear” o “herir”. Es sugerente la imagen. Desde la experiencia de Jesús, causar daño al otro provoca una herida en la misma realidad de Dios.

Yo creo que el evangelio de hoy nos invita a devolver un poco de sensatez sobre qué es pecado y qué no es, qué constituye una “falta religiosa” y qué no. 

La respuesta es clarísima: es pecado la constancia personal de haber dañado al otro (al hermano): “si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda”. 

Por la misma razón, la solución a esa “espiral de daño” está en cada uno de  nosotros, y el perdón, en principio, no necesita de “intermediarios”: ” Con el que te pone pleito, procura arreglarte en seguida, mientras vais todavía de camino…”.

Bien haríamos en dignificar el “sacramento de la penitencia y de la reconciliación”. Tal dignificación, obviamente, no consiste en re-inaugurar nuevos confesonarios, sino en madurar como personas no causando daño a los demás, y en tal caso, aprender a acudir al hermano para “arreglarnos enseguida” (Mateo 5, 26). 

Porque, efectivamente, el hermano es un sacramento - sacra (sagrado) mento (medio)-, o lo que es lo mismo, el hermano es un medio seguro que nos acerca a la experiencia de Dios.


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