viernes, 21 de diciembre de 2018

EVANGELIO DEL VIERNES 21 DE DICIEMBRE. TIEMPO DE ADVIENTO


EVANGELIO
Unos días después, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre.
Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.»

Lucas   1, 39-45

COMENTARIO


El texto de hoy es un texto magistralmente simbólico, que hace de
este relato de la “pre-infancia” de Jesús un escrito cargado de resonancias del Antiguo Testamento.

Es importante la situación geográfica en el que se desarrolla la acción: se trata de las montañas que hay al oeste de la ciudad de Jerusalén, en la región de Ain-Karín, situada a unos diez kilómetros de la capital de Israel.Estas montañas habían sido recorridas según la historia judía por el «Arca de la Alianza», que para el antiguo pueblo de Israel era el objeto donde residía la presencia de Dios y que tan sólo podía ser transportado por sacerdotes. 

El sentido profundo de este texto es el siguiente: María, por la encarnación de Jesús en su vientre, ha quedado convertida en «Arca de la Alianza», es decir, en portadora de la presencia de Dios en su hijo Jesús.

Lucas con esta narración nos muestra el nuevo estilo de religiosidad que se inicia con Jesús: la presencia de Dios no se halla sólo en el Templo, sino en la vida cotidiana. Y así como el Arca no podía ser tocada sino era por sacerdotes, ahora son mujeres sencillas del pueblo quienes rodean al «Arca». 

Por eso mismo, más allá de la construcción literaria del relato, la significación creyente del mismo es muy sugerente. La experiencia cristiana que tiene la primitiva comunidad sigue confiando en que su Dios es un Dios de la historia, un Dios que se hace presente y a quien se le siente en el camino cotidiano.

Podríamos, incluso, estirando el argumento, afirmar con rotundidad que este texto pone en cuestión, como tantas veces hará Jesús a lo largo de su vida pública, que lo único “sagrado” que hay en la vida es la persona y su devenir histórico. Ni tiempos, ni lugares, ni espacios son sagrados. Una religión demasiada pegada a “lugares santos” y a “objetos litúrgicos” no deja de ser más que un sucedáneo mágico de muy baja densidad creyente.


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