lunes, 24 de diciembre de 2018

A LA ESPERA DE LA NAVIDAD

Giotto di Bondone. Capilla de los Scrovegni. Padua

Giotto di Bondone, precursor de la pintura renacentista en la baja edad media, supo plasmar magistralmente lo que unos cuantos siglos después quizás resulte tremendamente revelador para la experiencia de la fe.

A poco que uno contemple la pintura que antecede al comentario, uno se da cuenta de la dificultad que tuvo Jesús, ya desde Belén, en hacerse comprender. 

A unos, como los ángeles, por encima de la realidad, el nacimiento de Jesús les sorprendió cantando; a otros, como al buen José, durmiendo; a la madre, mirándole fijamente a los ojos, o quizás resistiendo la mirada del hijo que ya desde ese instante expresaba una rotundidad penetrante, a medio camino entre la herida y la caricia. A tres de ellos, por lo visto, el nacimiento les aconteció en camino y en búsqueda y quizás por eso no salgan en esos frescos de la Natividad.

Y es que, ante la Buena Noticia adorada en Belén, plasmada en la escritura o inscrita en las más hondas nostalgias del ser humano, nadie responde igual.  Y por eso, todavía en este siglo XXI sigue provocando la Navidad. 

A los que todavía siguen, cuál ángeles encantados, con sus canticos celestiales, la Navidad es una llamada para que atraviesen el dosel de la realidad, canten menos y vivan más.

A los que salen y caminan, la Navidad es un recuerdo de cuán fatigosa es la búsqueda cuando no se tiene referencia de llegada y momentos de descanso.

A los que duermen, la Navidad es anuncio de una urgencia a despertar de tantos sueños inútiles, no pocas veces interesados, que nos recluyen en hábiles deleites equidistantes de la vanidad y de la comodidad.

Por eso, sólo la mirada atenta de María, yo diría que incluso desposeída de su valor de madre y convertida desde ese momento en discípula del hijo, encarna la mejor de las respuestas: olvidarse de sí, acoger la primera mirada del niño, y responder sosegadamente con la suya.

Buena Navidad


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