En aquel tiempo, entró Jesús en el templo y se puso a echar a los vendedores, diciéndoles: «Escrito está: "Mi casa es casa de oración"; pero vosotros la habéis convertido en una "cueva de bandidos."»
Todos los días enseñaba en el templo. Los sumos sacerdotes, los escribas y los notables del pueblo intentaban quitarlo de en medio; pero se dieron cuenta de que no podían hacer nada, porque el pueblo entero estaba pendiente de sus labios.
Todos los días enseñaba en el templo. Los sumos sacerdotes, los escribas y los notables del pueblo intentaban quitarlo de en medio; pero se dieron cuenta de que no podían hacer nada, porque el pueblo entero estaba pendiente de sus labios.
Lucas 19, 45-48
En otro lugar ya hemos comentado cómo las purificaciones del templo eran relativamente normales en la vida penitencial de Israel.
Debe ser que desde siempre, por muy "santa" o "sacra" que se presentara la religión, el realismo cotidiano le afectaba irremediablemente, y de vez en cuando había que practicar algún gesto revitalizador de la identidad perdida.
El evangelio de hoy responde, por tanto, a un intento por parte de Jesús de purificar el Templo, advirtiendo que el centro mismo del encuentro con Yavhe también podría ser que estuviera contaminado de lo más perverso del ser humano: "Mi casa es casa de oración»; pero vosotros la habéis convertido en una «cueva de bandidos»"
El origen de la palabra purificar es muy interesante. No se ponen de acuerdo los entendidos en lenguas; puede provenir la palabra del término griego "fuego", de tal modo que purificar sería quemar algo, pasarlo por el fuego para devolverlo al origen perdido.
Pero más convincentes parecen quienes afirman que la palabra purificar arranca de un verbo griego que significa "cribar". De este modo, purificar algo vendría a ser algo así como hacer un proceso de discernimiento para valorar qué pertenece y qué no pertenece, en este caso, a la fe que profesamos.
Desde luego, esta acepción es muy interesante. Purificar no es erradicar todo, sino estar en continua autocrítica para crecer convincentemente. Porque ciertamente cribar hemos de cribar mucho en nuestra iglesia.
Comenzando por las actitudes de cardenales, obispos, sacerdotes y laicos y laicas cuando hacemos primar nuestro orgullo y sin razón frente a los demás.
Siguiendo por la necesidad de cribar practicas pseudo-religiosas en las que gastamos mucho tiempo, pero que a la postre no son más que la causa de un hundimiento mayor de nuestra identidad cristiana.
Y terminando por la no menos peligrosa actitud de quienes han confundido el Reino de Dios, con mi real gana.
Si en aquel tiempo, el templo albergaba mercadeo peligroso y bandidaje traicionero, hoy, con mucho más refinamiento, hemos de estar sobre aviso de la eventual posibilidad de quedarnos en un ritos vacíos, unas palabras sin corazón, y unos perfiles prefabricados que lejos de transparentar al misterio, lo convierten en impostura decadente.
PD: Otro comentario más técnico sobre el Templo y su sentido y sin-sentido, podéis leerlo aquí.Y también pulsando en este punto rojo de más abajo.
El mensaje de la semana, en video, aquí podéis verlo.
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