viernes, 14 de septiembre de 2018

PARROQUIAS DE ALCADOZO Y LIÉTOR. EVANGELIO DEL 14 DE SEPTIEMBRE. EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ



EVANGELIO
En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:
-«Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.»

Juan   3, 13-17

COMENTARIO


En bellas palabras de Benedicto XVI,
Jesús,  en la Cruz, “ha ido realmente hasta el final, hasta el límite y más allá del límite. Él ha realizado la totalidad del amor, se ha dado a sí mismo”. 

Así, la cruz fue escándalo y seguirá siéndolo, porque un amor crucificado, para muchos, supone llegar “más allá del límite”. No es de extrañar que a lo largo de la historia el amor de Dios en la Cruz de Cristo haya sido un espectáculo insoportable y tan escandalosamente hiriente que hayamos preferido utilizar la cruz como flecha en nuestros ataques, adorno en nuestro pecho, castigo en nuestras venganzas y argumento en nuestros dictados.

Y fue también la cruz necedad, porque siempre hubo y habrá quien considere que vivir “desviviéndose”, después de haber preferido morir amando en vez de vivir matando, no deja de ser la expresión de una vida derrotada tras una elección equivocada. 

Quizás por eso, se hace necesario cruzar la “puerta de la fe”, para confesar con Pablo que también la cruz es “fuerza de Dios” (1Cor. 1, 18); porque mucha ha de ser la indiferencia si la estampa de Cristo Crucificado no suscita la escucha del dulce desgarro de una vida herida, en el mismo instante de haberla perdido para esta historia. Con la fina maestría del que se sabe ganado para Cristo, Pablo nos narra los efectos de la cruz en su propio cuerpo, “apurado hasta el final pero no desesperado, perseguido pero no desamparado, derribado pero no aniquilado”.

Confesar a Cristo en la cruz como Hijo de Dios, como el centurión (Mc.15,39), sólo es posible a los pies de esa Cruz. Cuando se resiste bajo ella y se “cruza ese umbral” se descubre que nunca Cristo ha transmitido más paz que en el momento de la entrega de su cuerpo, pero al tiempo, nunca ha desvelado tanta esperanza, porque en ella se sabe en las manos del Padre. El Padre, en Él, se sabe, no solo creador de la vida, sino al cuidado de toda la historia.

Por eso en la fe profesada por la Iglesia, la Cruz, como “fuerza de Dios”, no es un lugar escandaloso y necio de muerte, sino el lugar donde la muerte ha sido vencida, por la fuerza del amor de Dios Padre. Con razón Juan de la Cruz, en el colmo de su contemplación de Cristo, no tuvo reparo en afirmar que allí “el mirar de Dios es amar”.






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