EVANGELIO
En aquel tiempo dijo Juan, el Bautista:
El que viene de lo alto está por encima de todos. El que es de la tierra es de la tierra y habla de la tierra. El que viene del cielo está por encima de todos. De lo que ha visto y ha oído da testimonio, y nadie acepta su testimonio.
El que acepta su testimonio certifica la veracidad de Dios. El que Dios envió habla las palabras de Dios, porque no da el Espíritu con medida. El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano. El que cree en el Hijo posee la vida eterna; el que no crea al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios pesa sobre él.Juan 3, 31-36
Para los humanos convencionales la
dirección de la vida es de abajo hacia arriba. Crecer es "hacerte
grande".
En las
religiones circundantes al judaísmo y en el propio judaísmo, la
bendición está en "crecer" en bienes y en descendencia. Por eso la fertilidad, es un don de los dioses.
El ser humano se
encamina hacia los dioses, de ahí la tendencia a divinizar lo humano en
muchas religiones antiguas. Ser "humano" es poco, por eso los faraones,
los grades guerreros y los primeros profetas eran considerados semidioses, es
decir, seres humanos hormonados de divinidad.
Pero
el cristianismo rompe con esa dinámica: Jesús es el que rompe esa
dirección. Él es el que viene
de lo alto. Su ida, es más bien, venida.
La grandeza de
Jesús es "hacerse humano", venir de lo alto y hacerse bajo. Decrecer, al fin y al cabo.
Y desde
entonces, la pequeñez es un misterio portador de sentido;
lo minúsculo, una esencia insustituible; y lo bajo, una dignidad
por desvelar.
De ahí que
el autentico cristianismo sea una piedra de toque contra los
"egos". "Egos", en ocasiones manifiestos, y otras tantas
veces, revestidos de encantador disimulo.
De esto mismo,
creo, avisaba ayer el Papa Francisco en su último documento "Gaudete et
exsultate" cuando afirma que "todavía hay cristianos que se empeñan en seguir
otro camino: el de la justificación por las propias fuerzas, el de la adoración
de la voluntad humana y de la propia capacidad, que se traduce en una
autocomplacencia egocéntrica y elitista privada del verdadero amor" (GE,
57)
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