EVANGELIO
Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes. A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas. El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado. En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él. Entonces exclamó: 'Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan'. 'Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento. Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí'. El rico contestó: 'Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento'. Abraham respondió: 'Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen'. 'No, padre Abraham, insistió el rico. Pero si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán'. Pero Abraham respondió: 'Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán'".
Lucas 16, 19-31
En los códigos de
conducta judíos hay constancia de los llamados "pecados de
inadvertencia". La pena por no cumplir algún precepto de la ley de Moisés,
siempre y cuando tal infracción estuviera motivada por desconocimiento o
descuido, ciertamente era muy llevadera; había que ofrecer solo "una cabrita de un año” (Libro de los
Números 15, 27).
Digo esto porque el
"rico" del evangelio de hoy da la sensación de que no es culpable;
simplemente ha pecado de inadvertencia: no ha visto al pobre. Una vez
hecho el tránsito vital, se le advierte de que ya pasó su "tiempo de
bendiciones" y ahora le toca a otros disfrutar de esa
"bendición". De verdugo inconsciente ha pasado a ser víctima
consciente. Ese “pecado de inadvertencia” no ofrece mayor problema para un
judío en vida. Otra cosa es “el después”.
Cuando Jesús “monta”
la parábola, lo que intenta es hacer caer en la cuenta del drama de un hombre “inadvertente”
más allá de su moralidad o de su pecado (que es lo de menos, a efectos prácticos).
El rico, en esta
vida, no tenía capacidad para ver al pobre. Lo tenía delante, pero no lo
veía. Hay personajes evangélicos que “miran pero no ven”. El rico de la parábola de hoy….quizás mire,
pero en cualquier caso…no ve. No ve la situación del pobre Lázaro. No “ve más
allá”.
La parábola está
construida para que el lector sienta una cierta lástima ante el rico, e incluso
se compadezca de él porque es presumible lo que le viene encima después. Pero
esta presunción advierte sobre todo de que el “no ver” es un drama evitable. Bastaría
con fijarse y sentir. También es verdad que el gran problema del rico es su
lejanía. Vive tan lejos de la problemática del pobre (aunque lo tiene en la
puerta de su casa) que su mirada no le da para más.
La distancia a la que
nos colocamos de ciertos problemas y de ciertas personas, es un primer
inconveniente para llevar a cabo la propuesta evangélica de una mirada
compasiva hacia la realidad.
La distancia es lo
que “cualifica” nuestra vida. Cuando nos situamos más allá de los problemas,
más allá de las personas, ciertamente caemos en la cuenta de que esa “cualidad
de estar lejos” nos previene de la afección. Y es que, la distancia, en
ocasiones salva, pero en otras condena.
La parábola de hoy es
algo más que una espiritualización ultraterrena de las injusticias de este
mundo. Creo que más bien se trata de un instrumento pedagógico que nos permite
sincerarnos, para descubrir cómo de cerca o lejos estamos ante las
problemáticas que nos rodean.
Creo que el evangelio
de hoy no es en primer lugar una cuestión de moralidad o inmoralidad. Previo a
eso, creo que se trata de una cuestión de sensibilidad. Más allá de que nuestra
manera de vivir sea más o menos moral o inmoral, el evangelio nos cuestiona
sobre la calidad de nuestra sensibilidad; sobre la atrofia, o no, de los
canales de que disponemos para captar la realidad que tenemos delante.
El drama del hombre
y la mujer contemporáneo puede ser su incapacidad para sentir. Nuestra mirada,
tan "estitizada" como "bruta", puede convertirnos por
inadvertencia, en individuos incapaces de conversión: “Si no escuchan a
Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco
se convencerán”.
PD. Por cierto, hablando de miradas ¡cuánto atrofian nuestra mirada los aplausos!; de eso nos previene San Albino,
el santo de Hoy y la reina Padnè Amidale, en la enésima parte de La Guerra
de las Galaxias. Para escuchar, aquí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por tu opinión.