EVANGELIO
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: "Hemos visto al Señor." Pero él les contestó: "Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo." A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: "Paz a vosotros." Luego dijo a Tomás: "Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente." Contestó Tomás: "¡Señor mío y Dios mío!" Jesús le dijo: "¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto."
Creo que si Tomás
“levantara la cabeza” nos diría a los “predicadores” de todo los tiempos: “¡que
bien os vino mi duda y mi actitud!”. Porque, ciertamente, un
“predicador” que se precie incluso puede “ensañarse” con Tomás tildándolo de
“hombre de poca fe”.
No
voy a ser yo quien “restañe” la herida histórica que ha caracterizado a este
apóstol a lo largo y ancho del cristianismo. Pero a mi corto entender
creo que el problema de Tomás no fue de in-credulidad sino más bien creo
que fue un problema de des-piste. Efectivamente, Tomás se perdió
porque probablemente le costó mucho entrar en la onda de Jesús
incluso antes de ser crucificado, dado su mestizaje medio judío medio griego.
Me explico.
Tomás
se desvinculó un poquito de la comunidad (no estaba con ellos) e iba por
libre, y eso fue una dificultad que le persiguió toda su vida: el
“creer por libre”.
Ciertamente se puede “creer por libre” pero ¡es tan costoso!. “Creer por
libre” es hacer querer tú todo, creer sólo desde ti, pensar que no hay más
criterio que el tuyo… y eso, que no es ni bueno ni malo, ciertamente es un
problema. El des-piste, en cualquier ámbito de la vida, es un problema.
Necesitamos referencias.
El comienzo del evangelio de hoy narra cómo los discípulos, aunque
“acongojados” por miedo a los judíos, estaban juntos, menos Tomás. ¡Vaya por Dios!. Una mínima experiencia de comunidad es
necesaria, no para des-personalizarnos, pero si para des-individualizarnos, y
aprender a “creer con-otros” y no “sin necesidad-de otros”.
Si
somos honrados ( a mi me pasa), a todos se nos ha pasado por la cabeza alguna
vez “ir por libre” en esto de la fe prescindiendo de cualquier
referencia comunitaria. Resistes un año, dos, tres… pero al final te
asfixias o te conviertes en un dios menor… y triste, además.
Este “ir por libre” de Tomás provocó que no tuviera más remedio
que “volver a creer”, “después de haber creído”, y quizás tuvo
que recorrer de nuevo el camino, la verdad y la vida que era Jesús.
En
ese momento le salió al encuentro a Tomás esa “segunda impertinencia”,
a modo de una “segunda conversión” que todos tenemos en la vida:
“creer después de haber creído”, no teniendo más remedio que re-conocer
el cuerpo del Resucitado, eso si, de otra manera.
Quizás
por eso Tomás necesitó “tocar de nuevo”, re-sentir a Jesús, igual que el
hijo menor del padre bueno de la parábola cuyo abrazo (tacto) le
reconcilió. Y es que el “tocar” tiene un no se qué… que da seguridad y
protección.
El itinerario de Tomás es un itinerario fatigoso, de impertinencia en
impertinencia, ahora por aquí, ahora por allí, ahora dentro, ahora
fuera, ahora solo, luego acompañado; por eso Jesús dice “dichosos los
que no sufren tanta tensión en la vida”. Y es verdad….es una dicha…
pero algunas veces los caminos son fatigosos y torturantes, como cuando
encuentras el amor de tu vida tras varias historia de desamor. ¡Qué le vamos a
hacer!
La
fe (impertinente) de muchos le debe mucho a la in-pertinencia de Tomás; al
final sólo quiso tocar un poquito, se conformó con poco, y le bastó para decir,
de nuevo: “Mi Señor, mi Dios".
... Y "hasta la próxima", porque si cada uno de nosotros tenemos una "historia de fe", honradamente hemos de confesar que también tenemos una "historia de la des-confianza".
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