EVANGELIO
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:
- «El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo.
El reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra.
El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran.
Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.
¿Entendéis bien todo esto?»
Ellos le contestaron:
- «Sí.»
Él les dijo:
«Ya veis, un escriba que entiende del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo.»
Mateo 13, 44-52
Resulta curioso ver cómo para
hablar del Reino de Dios, el evangelista Mateo no informa de su contenido, sino
más bien de los efectos que provoca en quien lo encuentra.
No tiene mucho que ver, pero
es lo mismo que cuando te aficionas a esto de la cata de vinos y te da por
analizar la fase auditiva, visual, olfativa y gustativa; los aromas, la acidez, el retrogusto y demás
pamplinas…. Hasta que te encuentras con un enólogo que te dice… “a ver, ¿te gusta
o no te gusta?”.
Algo así es el evangelio de hoy.
No sabemos muy bien qué es el reino de
Dios, pero sabemos de dos actitudes que parecen tener quienes lo han descubierto.
En primer lugar, la sensación
de haber llegado a un punto de “no retorno”, punto que se convierte en pieza
clave, “piedra angular” o “nudo de red” (como se dice ahora). Dicho en términos
existenciales: quien vive el reino de Dios, vive con la sensación de una cierta
“perenneidad” de su vida. Podrán venir vientos y mareas, conflictos imprevistos
o logros inesperados… pero uno…compró el camp y ahí estará.
En segundo lugar; parece ser
que el reino de Dios tiene que ver con “lo buscado” que siempre ha estado allí.
No sobra ninguna de las dos afirmaciones. La “perla” estaba allí (en lenguaje religioso
podemos decir que se trata de un regalo de Dios”), pero tiene que ser buscada
incansablemente ( como hace el “buscador de perlas”).
Una visión de la “gracia” de
Dios que nos recluye en una presunta actitud de brazos cruzados, no parece ser
la mejor manera de explicar la actitud de
estos dos buenos (e interesados) hombres
de las parábolas de hoy.
En un momento histórico tan
“líquido” como el nuestro, el evangelio nos invita hoy a preguntarnos si
nuestra vida está asentado en el reino de Dios, es decir, si nos identificamos
con el proyecto (familiar, afectivo,
profesional, vital) que llevamos entre manos, más allá, incluso, de nuestras
fracturas e incertidumbres.
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