Aunque su sobrenombre sea
"de Córcega", Julia nació en Cartago, ciudad del norte de África,
profundamente cristiana en el momento de su nacimiento: principios del siglo V.
Julia nació en una familia cristiana y noble. Fue educada en la piedad y los
rudimentos de las letras, y como toda mujer del momento, para ocupar algún día
su puesto como madre de familia. Y así habría sido, quien sabe, si en 439
Genserico, rey de los vándalos, arriano y enemigo de los católicos, no hubiera
invadido Cartago, cometiendo grandes crueldades. Las iglesias y palacios fueron
saqueados y robado todo lo valioso. Y todo el que se oponía a ello, era
asesinado en el acto.
La familia de Julia, como todas las nobles, fueron sometidas a
la persecución. Algunos murieron, y otros fueron vejados públicamente. Las
mujeres nobles jóvenes y bellas fueron vendidas como esclavas a mercaderes, que
pagaron precios altísimos por ellas. Entre ellas estaba Julia, que fue comprada
por un pagano llamado Eusebio, que la llevó consigo a Siria. Allí se vio sujeta
a trabajos, humillaciones y tristezas sin fin. Solo su fe en Cristo la sostenía
en medio de la desolación de servir a un amo idólatra. Por su silencio,
abnegación y prontitud a trabajar, Eusebio pronto comenzó a considerarla,
llamándola "la mejor de sus posesiones". Por este aprecio que le
tenía su amo, Julia logró que le permitiera vivir libre y públicamente su fe
cristiana, solamente no le permitió ayunar, para que no se debilitara más.
Luego le permitió ayunar los sábados y domingos. Tenía ratos libres para hacer
oración y podía vestir con total modestia y mejor que otras esclavas. Tanta
vida virtuosa en medio de la esclavitud hizo que su amo admirara la fe
cristiana, aunque no la profesara.
Pasó Julia algunos años en esclavitud cuando Eusebio tuvo que
hacer un viaje de negocios muy provechoso a la Galia. Como Julia le ayudaba
constantemente, se la llevó consigo. Arribó el barco a Córcega y cuando
desembarcaron, supo Eusebio que en aquellos momentos se celebraban en la ciudad
grandes festejos a sus dioses paganos. Se fue Eusebio al templo, compró un toro
y lo sacrificó en aras de la buena solución de sus negocios, y luego se sumó a
los festejos con la plebe. Julia había quedado en el barco, a cargo de cuidar
las posesiones de Eusebio. Subieron al navío unos soldados de Félix, el
gobernador de Córcega, los cuales vieron a Julia y preguntando por tan bella
joven, unos marinos les dijeron "es una joven cristiana, esclava". "¿Y
por qué no celebra a los dioses con su amo?", preguntaron los soldados
(los esclavos debían participar en los sacrificios hechos por su amo).
Los marinos respondieron que como todo cristiano, trataba a los dioses de
demonios, de falsos y a sus festejos como supersticiones vanas. Informaron los
soldados a Félix de aquella joven que eludía sacrificar a los dioses y Félix,
un pagano devoto muy celoso de sus dioses, mandó llamar a Eusebio. Este
la defendió diciendo a Félix: "esa doncella cristiana es esclava mia,
de quien jamás he podido conseguir que mude de religión por más que he hecho.
Pero en lo demás es de costumbres irreprensibles, me sirve grandemente, y me
tiene hechizado con su modestia. Ella es la que gobierna mi casa, y cada día
admiro más su fidelidad". Félix ordenó a Eusebio quela obligara a
sacrificar a los dioses o que la matara, pero este replicó: "Ni a una
cosa ni a otra me atrevería, y lo mejor que podemos hacer es dejarla en paz".
"Pues vendémela" – replicó Félix – "yo te daré
por ella todo cuanto me pidas. Y si no quieres dinero, escoge entre todas mis
esclavas aquellas cuatro que más te agraden". Eusebio, molesto, le
contestó: "Todo cuanto tienes no vale lo que ella merece, y antes
perderé yo todo cuanto tengo que perderla a ella".
Ya que vio Félix que era imposible obtener a Julia, fingió
desistir y urdió una treta: organizó un banquete e invitó a Eusebio. Cuando
este estaba borracho perdido y dormido, mandó traer a su presencia a Julia, a
la cual dijo: "No temas, hija mía, que se pretenda hacerte algún
agravio. Estoy informado de tu virtud, y no merecen tus prendas que gimas por
más tiempo en el indigno estado de esclava, y quiero asegurarme de tu
futuro. Solo te pido que en agradecimiento me acompañes al templo a
cumplir con tus devociones. Si sacrificas a nuestros dioses, yo pagaré a tu amo
tu rescate. Como libre que serás, si quisieras vivir en nuestra isla no te
faltará un esposo digno de tus prendas y de tu persona, y si quisieras ir otra
parte, yo pagaré todo lo que necesitares". Julia respondió que ya se
sentía libre solo por ser sierva de Jesucristo. Estaba contenta con su estado,
y que no pretendía más fortuna que la vida eterna. Y añadió: "pero, con
respecto a ese culto que me propones, ten seguro que el horror con que
contemplo tus supersticiones me hace estremecer al oír tu proposición. Soy
cristiana, y mi mayor dicha será perder la vida por mi Señor Jesucristo".
Irritado Félix, la mandó abofetear y con tal saña, que manó
sangre de la boca de Julia, que exclamó: "Mi dulce Salvador fue primero
abofeteado por mí; gran dicha es la mía ser también abofeteada por Él".
Félix fuera de sí, mandó la colgasen de los cabellos, y la moliesen a palos.
Siendo atormentada así, Julia clamaba: "Seas mil veces bendito, amable
Salvador mío, por la insigne gracia que concedes a tu sierva. Dichosa soy si
merezco tener alguna parte en tus dolores". Como veía Félix que
pasaban las horas y a pesar de afeitarle la cabeza, cortarle los pechos entre
otros tormentos, Julia no se doblegaba, comenzó a temer que Eusebio despertase
de su borrachera, así que mandó la crucificaran con rapidez. Al oírlo la santa,
suspiró: "Siempre he deseado ardientemente, oh amado Salvador mío, dar
la vida por ti, pero nunca me atreví a desear darla en un madero a imitación
tuya, divino Maestro. Dígnate, Señor, a admitir el sacrificio que te ofrezco, y
ten misericordia de estos pobres ciegos perdonándoles mi muerte". Y
fue crucificada, para al punto, expirar, sin padecer colgada en la cruz, el 22
de mayo de 450. En el mismo momento en que murió despertó Eusebio, que en vano
se quejó y amenazó a Félix, pues ya Julia había volado al cielo. Este tormento
trajo tal terror a los paganos que lo contemplaron, que muchos se alejaron de
prisa y lamentando el espectáculo de injusticia que habían visto.
Quedó Julia colgada de su madero hasta que dos ángeles
aparecieron a dos monjes de los que habitaban la isla Margarita, y les
encargaron retirasen de la cruz el santo cuerpo de la mártir. Otra versión dice
que el mismo Eusebio mandó buscar a monjes cristianos para que la cuidasen
ellos. En fin, que fueron los monjes y tomaron el cuerpo, y con palmas de
victoria y cantando el salmo 125 ("Euntes ibant et flebant semen
spargendum portantes; venientes autem venient in exsultatione portantes
manipulos suos"). Llegados al monasterio, los monjes recibieron las
reliquias con alegría, las veneraron con cariño y labraron un bello sepulcro de
mármol donde reposaron hasta 763, en que el rey Didier Lombardía, las trasladó
a Brescia, capital de su reino. Las depositó en el monasterio benedictino de
donde era abadesa su hija Santa Angelbergis (3 de enero).
Cuando las monjas, en el siglo IX, reedificaron la iglesia abacial, la
dedicaron a Santa Julia, lo cual habla del estupendo culto que ya recibía. Otro
lugar importante de culto es donde fue crucificada, que la tradición quiere a
la orilla del mar, y donde brotó una fuente milagrosa después de su martirio, y
donde permanece un santuario dedicado a su memoria.
Sus atributos principales son una jarra, que evoca su condición
de esclava y una cruz. A veces aparece crucificada a una cruz convencional,
otras a un ecúleo o cruz "de San Andrés", o simplemente atada a un
árbol.
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