En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar. Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron: «Todo el mundo te busca.» Él les respondió: «Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido.» Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios.
Marcos 1, 29-39
COMENTARIO
La enorme lectura
simbólica que tienen los textos evangélicos, y que indudablemente arrancan de
su anclaje con la historia, nos permite hacer de esta palabra una palabra viva
y siempre actuante para el ser humano.
El texto que leemos hoy en el que se encuentra, entre otras cosas, la curación de la suegra de Pedro bien podría valer para revisar nuestras opciones evangelizadoras y pastorales.
La palabra
"fiebre" tiene la misma raíz que "fuego". Y el
fuego ha sido siempre un símbolo religioso que nos trae recuerdos de
purificación, de conversión. Fuego es el acontecimiento que trae Jesús según el
Bautista.
Pero Jesús parece que
entiende el fuego no como una actitud destructiva y combativa, al estilo de
ciertos mesianismos políticos muy arraigados en la cultura judía.
El mesianismo de Jesús lo era desde el servicio. De ahí que a la curación de la suegra de Pedro le suceda la actitud de servicio de aquella mujer cuando "se le pasó la fiebre".
Algún autor cristiano
ha visto en la curación de la suegra de Pedro, la propia curación de Pedro, de
sus delirios y fiebres de grandeza al frente de la primitiva comunidad
cristiana.
Y también nosotros
hemos de ser curados de nuestras fiebres de grandeza que, en
ocasiones, nos hagan delirar con unas opciones evangelizadoras que hagan de
nuestra "verdad católica" la único verdadera, de nuestro "modo
de hacer católico" el único posible, de "nuestra parroquia" la
más prometedora, de "nuestras personalidades" las más admiradas...
¿Se nos habrán de pasar también estas fiebres y ponernos, más bien, a trabajar
y a servir?
PD: Un comentario más
arqueológico que ilustra la
actividad de Jesús y la propia comunidad cristiana podéis
encontrarlo aquí.
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