jueves, 10 de noviembre de 2016

JUEVES DE LA XXXII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO

EVANGELIO
En aquel tiempo, a unos fariseos que le preguntaban cuándo iba a llegar el reino de Dios Jesús les contestó: «El reino de Dios no vendrá espectacularmente, ni anunciarán que está aquí o está allí; porque mirad, el reino de Dios está dentro de vosotros.»
Dijo a sus discípulos: «Llegará un tiempo en que desearéis vivir un día con el Hijo del hombre, y no podréis. Si os dicen que está aquí o está allí no os vayáis detrás. Como el fulgor del relámpago brilla de un horizonte a otro, así será el Hijo del hombre en su día. Pero antes tiene que padecer mucho y ser reprobado por esta generación.»

Lucas   17, 20-25

COMENTARIO

Tristemente la religión comparte campo semántico con la magia, la superstición y lo extraordinario. Y digo tristemente porque, a mi juicio, toda experiencia religiosa que no se alimente de normalidad, cotidianidad y humanidad se aleja de la experiencia religiosa de Jesús de Nazaret, el Maestro de Galilea.

Cuando a veces escucho expresiones tales como “hoy el señor nos ha regalado este maravilloso día soleado que nos ha permitido celebrar esta fiesta”, confieso que me me pongo de los nervios, porque hemos convertido lo ordinario en extraordinario. Lo normal es que amanezca soleado o que amanezca nublado o lluvioso; nada es un regalo de dios, ni un castigo de dios; simplemente los días pueden ser así o no dependiendo de no se que fenómenos atmosféricos bastante previsibles, por cierto; o si no que se lo digan a los de la Fórmula 1 cuando dicen, “en tres minutos lluvia”… y llueve a los tres minutos (¿serán dioses ellos?)

Esto de relacionar a dios con lo extraordinario es emparentarlo con la magia y la superstición y de eso somos responsables quienes, con la parsimoniosa benevolencia de nuestro cálido verbo, predicamos a un dios comparable a un señorón o señorona, que dependiendo de cómo se levante cada día, se muestra más dadivoso o más roñoso con los pobres que se encuentra. Y ese dios, no es el Dios de Jesús. 

Nosotros mismos, curas, frailes, monjas, catequistas, obispos, laicos, seglares … cometemos la torpeza de fabricar ídolos a quienes llamamos dioses. ¡Cómo queremos que la gente luego crea en el Dios verdadero! ¡Cómo nos extrañamos de que para muchas personas, sobre todo los más jóvenes y los jóvenes un poquito adultos, fe y ciencia, teología y física, mundo y Dios, apareczcan como binomios enfrentados e irreconciliables! Nos lo ganamos a pulso.




Pero siempre queda el consuelo del Evangelio de hoy. No van desencaminadas las personas que entienden la fe de otro modo: sin ruido y sin estridencias porque “el reino de Dios no vendrá espectacularmente”; sin proclamar especialmente santos o prodigiosos a lugares o personas porque nadie “anunciará que el Reino está aquí o esta allí ”. 

Cuánto nos cuesta reconocer que el Reino está aquí, es de aquí, se nutre de cosas de aquí, de las experiencias normales, cotidianas, rutinarias…  “porque mirad, el reino de Dios está dentro de vosotros”.

Frente al espectacular “dios exterior” que tanto nos machaca”, Jesús nos invita a la experiencia interior,  al “Dios interior” en el que “somos, nos movemos y existimos” (Hechos de los Apóstoles 17, 28)

Un Dios que se nos va revelando en la lenta realización de nuestro “hacernos persona” cada día, un Dios que sufre porque sufrimos las personas; un Dios que es creador porque sigue creando hoy, en el octavo, noveno, décimo … día del mundo cada vez que un científico loco pero apasionado descubre una conexión molecular todavía desconocida; un Dios para quien el tiempo es eterno, porque simple y maravillosamente “todavía dura”.

Pero claro, ese Dios cotiza a la baja en nuestra sociedad tan acostumbrada a los espectáculos de luz y sonido, a las personas de relumbrón y a las palabras rimbombantes y engoladas vacías de contenido y vaciadas de sentido; ya sabéis...aquellas que brillan...pero no iluminan.


Un comentario sobre el sentido teológico del Reino de Dios y el Hijo del Hombre, podéis leerlo aquí.Y también pulsando en este punto rojo de más abajo.


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