sábado, 19 de noviembre de 2016

DOMINGO XXXIV DEL TIEMPO ORDINARIO. EL EVANGELIO DEL 20 DE NOVIEMBRE.


EVANGELIO
En aquel tiempo, las autoridades hacían muecas a Jesús, diciendo: «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido.» Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo.» Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: «Éste es el rey de los judíos.» Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros.» Pero el otro lo increpaba: «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada.» Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.» Jesús le respondió: «Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso.»

Lucas   23, 35-43

COMENTARIO

Después de leer el evangelio de hoy he recordado aquella mejor novela de Nikos Kazantzakis  y sugerente película de Martin Scorsese  la Última tentación de Cristo. Tuvo detalles buenos, muy buenos, aquella apuesta del celuloide. Aún recuerdo la escena de las "primeras tentaciones" las del desierto: sublime.


Bueno, pues no se yo si Cristo tuvo aquella famosa última tentación, ahora bien, a la luz de mi "lectivo divina" de hoy tengo la sensación de que, en esa misma cruz, Cristo venció, proféticamente, tres tentaciones que hoy hubiera tenido.

Primera tentación: «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido.». Esta es  la tentación de la notoriedad, el reconocimiento o la visibilización, como se dice ahora. A veces oigo comentarios que me sonrojan. Hasta hace poco bastaba con el hecho de que los cristianos  nos exigiéramos coherencia, fidelidad evangélica y autenticidad. Y el mérito era que lo "que haga tu mano izquierda no lo sepa tu derecha". Pues por lo visto ahora, además de serlo hay que parecerlo, hasta el punto de que si lo haces y no lo pareces estás faltando a la verdad del anuncio, o de la "misión", como se dice ahora. "Si eres el Mesías...demuéstralo" le dirían hoy al Elegido. Pero no, Cristo no cedía ante esa tentación. Si es verdad que una imagen vale más que mil palabras.... así nos va, impostando la imagen y olvidando la Palabra.

Segunda tentación: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros.». Esta es la tentación de la provocación. El ladrón malo viene a decirle a Jesús justamente lo contrario que le pide: "como no eres el Mesías, vas a morir igual que yo". En el fondo, este "ladrón malo", sin querer quizás, está pretendiendo herir de muerte ya no solo el cuerpo sino la propia identidad moral de Jesús. Pero tampoco cede a esta provocación. Cuando una persona o una institución se sitúa siempre a la defensiva, está ciertamente cediendo a la provocación de los dominantes, y de alguna forma condescendiendo y perdiendo un tiempo envidiable para poder hacer, mejor, lo óptimo. Sinceramente, no creo que estos sean tiempos de nuevas apologías, por muy simpáticas que las hagamos en un intento cansino  de buscar reconocimiento.

Tercera tentación: «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada.» Esta es la tentación de la inmisericordia. ¡Cuanto ha desfigurado el rostro de lo divino el mal entendido temor de Dios! Cuando tememos a Dios, es porque hemos perdido la fe. El amor de Dios "no lleva cuenta del mal", es misericordioso. Sólo la mentalidad farisea puede entender a Dios como aquel que "paga de acuerdo a lo hecho". La misericordia es ir más allá del pago merecido o inmerecido; la misericordia es lo del Padre al hijo mayor de la parábola: "No me cuentes tu mérito hijo.... todo lo mío es tuyo". 

Ante un Jesús incapaz de la "justa" inmisericordia, no estaría mal que los que administram(os) la gracia aprendiéramos hoy, sin dilación, de ese increíble y sublime diálogo desesperado de dos condenados a muerte: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.» Jesús le respondió: «Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso.».

Dicho diálogo será interpretado por muchos como la conclusión ingenua de una convicción venida a menos. Pero para otros, quizás sea el gesto de donación y acogida que redime toda una vida. Porque no hay mayor belleza que el intento de salvar la vida compartiendo incluso la nada.





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