jueves, 20 de octubre de 2016

JUEVES DE LA XXIX SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. EL EVANGELIO DEL 20 DE OCTUBRE



EVANGELIO
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla.¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división. En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.»

Lucas 12, 49-53

COMENTARIO

Ciertamente, el texto de hoy es complicado de interpretar. Aunque más que complicado, digamos que es necesario proceder con “rigor”. 

Hay dos maneras de afrontar el texto; ambas son pertinentes para contextualizarlo. Los que interpretan la Biblia son más partidarios de la segunda de las maneras. En cualquier caso, las conclusiones son parecidas.

En primer lugar, el texto puede que se trate de un intento más por parte de Jesús de cuestionar los “pilares” de la religión judía: Ley, Templo, Tierra y Familia. 

La manera, hoy diríamos que un tanto sectaria, que tenían los judíos de entender todo esto era claramente excluyente; quienes no eran  judíos no eran dignos de Ley, ni de Templo, ni de Tierra, ni de Familia. Estas instituciones, por tanto, en el nombre de dios, eran convertidas por los judíos en ídolos. 

Jesús viene para acabar con todo eso, por eso afirma que va a “prender fuego” y a “crear división”. Es una manera simbólica de decir que viene a cambiar un orden injusto e idolátrico.


La segunda interpretación, que parece más cierta, es la que considera que estas palabras son una inclusión (así, como suena) tardía en el evangelio de Lucas. Es decir, que dado que Lucas escribe cuando ya han visto como reaccionaban muchos creyentes ante el anuncio de la palabra de Dios, pone en labios de Jesús lo que está viendo: familias que “por la fidelidad al espíritu de Jesús” se dividen y se rompen. 

Incluso se afirma que el escritor de este texto tiene frente a sí el desasosiego y el dolor que produjeron entre los cristianos las persecuciones, sobre todo aquellas primeras que provenían de los dirigentes del pueblo de Israel. 


Tenemos que tener en cuenta que en aquel tiempo la familia probablemente era, antes que una sociedad caracterizada por el afecto y los sentimientos, una “entidad cultural” que vertebraba la identidad y la economía  judía.

Muchas personas, sobre todo mujeres, encontraron en las actitudes de Jesús una serie de actitudes liberadoras que les animaban a un “cambio radical” de vida. 

Por cambio radical entendemos no que se metieran a curas o a monjas, sino que optaron por una manera de ver la vida no tan pegada a la “centralidad” de la familia  judía”: la llamada “estirpe de David”.


El “bautismo” del que en algún momento de su vida habló  Jesús (bautismo de fuego), era su propia  muerte, es decir, el momento que “certificaría” no solo con palabras, sino con el testimonio de su propia vida, que su proyecto iba en serio y su reforma del judaísmo era radical, aunque tuviera que “pagar” con su vida.


Si a esto unimos que el “fuego” (elemento purificante), en la mentalidad bíblica supone la “llegada de algo nuevo”, resulta entonces que el jeroglífico de estos escasos versículos de hoy empieza a des-codificarse.  

Podríamos resumirlo en la siguiente frase: Jesús y su propuesta de vida que concluye con su muerte (bautismo) supone un proyecto de sociedad nueva que pone patas arriba (fuego) el orden establecido judío, con las consecuencias desestabilizadoras (división-enfrentamiento) que una apuesta así conlleva.

Traído el texto al hoy de nuestra vida, muy en resumen y por no cansaros mucho ya, significa que una experiencia de fe que no nos mueva al cambio personal (creer en honradez y humanidad) y  a la transformación social (justicia), supone un fracaso como religión. 


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