martes, 25 de octubre de 2016

DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO. EL EVANGELIO DEL 23 DE OCTUBRE

EVANGELIO
En aquel tiempo, a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola: - «Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: "¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo." El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: "¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador." Os digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»

Lucas   18, 9-14

COMENTARIO

El Evangelio de San Lucas es especialmente original y, como consecuencia de ello, oportunamente originante de preguntas que cuestionan el fondo de la persona. Ya comentamos este texto en otra ocasión y me remito al comentario de entonces.

En cualquier caso descubrimos en este domingo un matiz que da al texto un aire de significación siempre actual. Ya hemos dicho en muchas ocasiones que los evangelios no son una "biografía" de Jesús; más bien se trata de la oferta de un modo de vida que conlleva una manera de ser persona. Fariseo y publicano de hoy, mas que personajes concretos o reales, son sobre actitudes de nuestro interior. Como dijo aquel, "mírate al espejo y descubrirás al fariseo más cercano".

El fariseo tiene algo bueno y algo malo en el texto de hoy: de "bueno" tiene sus buenas actitudes, porque si hace todo lo que dice ciertamente es una persona muy ejemplar; de malo tiene su cualificación negativa: "yo no soy como los demás ... yo no soy colmo 'ese' pecador".

Lo mismo podemos decir del publicano: de bueno tiene su realismo y humildad "soy como soy y necesito de tu comprensión y paciencia .... para poder cambiar"; de malo, probablemente tenga sus límites morales, porque ciertamente los publicanos eran los "corruptos" de entonces.

Si es verdad que fariseo y publicano pululan en nuestro interior, creo que es fácil descubrir tres estratos en nuestra personalidad, tan reales como asombrosos, que lejos de hacernos ángeles o demonios, simplemente nos convierten en personas. 

Efectivamente, todos tenemos un nivel infra-humano lleno de grandes o perqueños odios, vanidades y orgullos que en ocasiones nos hacen pensar (aunque  no tanto decir, por decoro) eso de "yo no soy como los demás... ni como ése". Sentirte distinto... no es malo, creo; pero sentirte "mejor que" es tan engañoso como efímero, porque basta que venga otro mejor que tu para caer en la cuenta de lo débil de tu argumento.

Todos tenemos un nivel humano. Este es sin lugar a dudas nuestro mejor nivel. Está lleno de todas aquellas cosas que aportamos a los demás y a la sociedad, casi siempre sin poner nuestra firma, en la cotidianeidad de nuestros quehaceres, y que incluso pasa desapercibido para nosotros mismos. Creo que una persona es más humana cuánto más valores de este tipo atesora, y la grandeza humana de una persona, a mi juicio, es proporcional a su callada y continua ofrenda vital.

Y todos tenemos un nivel divino. Por divino entiendo aquí lo que "podemos llegar a ser y aún no somos" porque hemos de seguir creciendo, mejorando, rectificando, en un continuo ejercicio de superación vital. Todos tenemos nuestro "paraíso personal" al que tendemos y al que no podemos llegar solos, más que nada porque somos conscientes de que hay cosas de la vida que no podemos "darlas a luz" por nosotros mismos; alguien debe actuar de "partera" de nuestra personalidad. Nos "dieron a luz" físicamente, y "nos dan a luz" humananamente cada día.


Si triste ha de ser nacer solo, sin que nadie te espere; igual de triste es tener que "negar al otro" para "afirmarme yo" ("¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás...)


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