En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: «Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío. Así, ¿quién de vosotros, sí quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: "Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar." ¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz. Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.»
Lucas 14, 25-33
El texto de este
domingo es tremendo. Da miedo afrontarlo desde la “letra”. Aquí quiero ver yo a
los que hablan del “Señor” como si les pronunciara estas palabras directamente
en torno a un café en pleno siglo XXI. Pongamos un poco de más dramatismo…
Quien
tradujera al castellano este evangelio le pareció tan fuerte el original griego
que lo suavizó un poquito. Donde nosotros leemos hoy “el que no pospone a su padre y madre,…hijos…hermanos….”, en el
original en lengua griega aparece la palabra “odiar”, así como lo oyen; es
decir que la traducción exacta vendría a ser: “Si alguno me sigue, y no odia a su
padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su
vida, no puede ser mi discípulo”. De verdad que no me lo invento…el verbo griego utilizado en el
versículo correspondiente es el verbo μισει (“misei”) de donde viene por ejemplo la palabra misógino (“el que
odia a las mujeres”).
¿Cómo
afrontar, por tanto, el texto con tal apuesta? Evidentemente como siempre
hacemos, des-codificándolo culturalmente y re-codificándolo en nuestro paradigma
cultural. De lo contrario los que interpretamos la palabra diremos bobadas de
nivel y los que nos escuchen pensarán, y con razón, “no puedo más y aquí me
quedo”.
El contexto
es el de siempre; yo creo que los seguidores del blog ya lo conocéis: el
proyecto vital del pueblo judío, a saber, “familia y tierra”. Quien tenía
familia (descendencia) y tierra (tierra prometida) eran bendecidos por dios;
los demás eran “malditos”. Jesús, por tanto, en el evangelio de hoy invierta el
catálogo de bendiciones judías y viene a decir que aquellos que han puesto su
confianza en la “familia” y en la “tierra” (posesiones-riquezas), son los
malditos, es decir son los que no son dignos de ser discípulos de él.
Los auténticos
discípulos de Jesús son aquellos a quienes la religión oficial judía declara
como malditos: los que no tienen familia (del linaje de David) y los que no han
heredado la tierra prometida (los paganos de entonces). O dicho con palabras
más duras: ser judío “como dios manda”, es un inconveniente para seguir a
Jesús.
Cuando
traemos el texto al hoy de nuestra vida nosotros no podemos pensar que el
maestro de Galilea nos está diciendo que dejemos a su suerte a nuestra familia
y nos embarquemos en una nave evangelizadora que nos coloque en el papel de protagonistas
heroicos del anuncio evangélico. Quienes quieran, desde sus opciones y
libertad, pueden hacerlo, pero eso no es una exigencia del evangelio de Jesús,
es una exigencia de sí mismo, tan respetable como irresponsable a mi juicio.
Cuando
re-codificamos culturalmente este texto la pregunta es qué elementos tiene
nuestro entorno que genera situaciones excluyentes como en otro tiempo las generaba
la “familia” y la “tierra” judía. Probablemente cada uno de nosotros tengamos
que hacer nuestra lista de “exclusiones”, es decir, la lista de cosas que hemos de “odiar” (posponer) si queremos intentar
un seguimiento digno del maestro de Galilea.
A mí se me
ocurren dos desde mi pequeño mundo diario. En primer lugar, la ilusión de
pensar que la verdad y el auténtico sentido de las cosas y de la realidad lo
tengo yo. Efectivamente, hoy defendemos nuestras verdades con tanto ahínco y
vehemencia que en no pocas ocasiones son verdades excluyentes de “otras
verdades” no dichas y no conocidas, por no haber dejado pronunciarlas y no
haber sido escuchadas. En este sentido sería bueno imaginar las palabras de
Jesús diciendo: “odia un poquito tu verdad y hazte más sensible a la verdad
del otro".
En segundo
lugar, la pretensión de no perder cotas de bienestar conquistado a costa de los
que sea. Quiero decir con esto que “nuestro pequeño mundo occidental” ha
alcanzado unas cotas de bienestar tan respetable como indigno (esta es
nuestra tierra prometida). Pero esta “cota de bienestar” exige invertir en
desigualdad en el resto del mundo. También en este caso el maestro galileo diría:
“odia (pospón) un poquito de este bienestar e invierte en solidaridad
globalizada".
Ciertamente
el mensaje de hoy es muy exigente, pero muy realista si queremos devolver
cordura a las locuras de nuestro mundo. La invitación de Jesús (con las imágenes
de la torre y de la batalla) a “calcular” nuestras fuerzas para
tal empresa es una llamada al realismo paciente a la hora de ir afrontando
nuestra fidelidad al evangelio.
Tarea
tenemos… y tiempo….también.
PD: Como siempre, es bueno leer un comentario más riguroso sobre el sentido de la Cruz y la renuncia en la perspectiva del Jesús de San Lucas. Podéis leerlo aquí.
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