EVANGELIO
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla.¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división. En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.»
Lucas 12, 49-53
Ciertamente, el texto de
hoy es complicado de interpretar. Aunque más que complicado, digamos que es
necesario proceder con “rigor”.
Hay dos maneras de
afrontar el texto; ambas son pertinentes para contextualizarlo. Los que
interpretan la Biblia son más partidarios de la segunda de las maneras. En
cualquier caso, las conclusiones son parecidas.
En primer lugar, el
texto puede que se trate de un intento más por parte de Jesús de cuestionar los
“pilares” de la religión judía: Ley, Templo, Tierra y Familia.
La manera, hoy diríamos
que un tanto sectaria, que tenían los judíos de entender todo esto era
claramente excluyente; quienes no eran
judíos no eran dignos de Ley, ni de Templo, ni de Tierra, ni de Familia.
Estas instituciones, por tanto, en el nombre de dios, eran convertidas por los
judíos en ídolos.
Jesús viene para acabar
con todo eso, por eso afirma que va a “prender fuego” y a “crear división”. Es
una manera simbólica de decir que viene a cambiar un orden injusto e
idolátrico.
La segunda
interpretación, que parece más cierta, es la que considera que estas palabras
son una inclusión (así, como suena) tardía en el evangelio de Lucas. Es decir,
que dado que Lucas escribe cuando ya han visto como reaccionaban muchos
creyentes ante el anuncio de la palabra de Dios, pone en labios de Jesús lo que
está viendo: familias que “por la fidelidad al espíritu de Jesús” se dividen y
se rompen.
Incluso se afirma que el
escritor de este texto tiene frente a sí el desasosiego y el dolor que produjeron
entre los cristianos las persecuciones, sobre todo aquellas primeras que
provenían de los dirigentes del pueblo de Israel.
Tenemos que tener en
cuenta que en aquel tiempo la familia probablemente era, antes que una sociedad
caracterizada por el afecto y los sentimientos, una “entidad cultural” que
vertebraba la identidad y la economía judía.
Muchas personas, sobre
todo mujeres, encontraron en las actitudes de Jesús una serie de actitudes
liberadoras que les animaban a un “cambio radical” de vida.
Por cambio radical
entendemos no que se metieran a curas o a monjas, sino que optaron por una
manera de ver la vida no tan pegada a la “centralidad” de la familia
judía”: la llamada “estirpe de David”.
El “bautismo” del que
en algún momento de su vida habló Jesús (bautismo de fuego), era su propia
muerte, es decir, el momento que “certificaría” no solo con palabras,
sino con el testimonio de su propia vida, que su proyecto iba en serio y su
reforma del judaísmo era radical, aunque tuviera que “pagar” con su vida.
Si a esto unimos que el
“fuego” (elemento purificante), en la mentalidad bíblica supone la “llegada de
algo nuevo”, resulta entonces que el jeroglífico de estos escasos versículos de
hoy empieza a des-codificarse.
Podríamos resumirlo en
la siguiente frase: Jesús y su propuesta de vida que concluye con su muerte
(bautismo) supone un proyecto de sociedad nueva que pone patas arriba (fuego)
el orden establecido judío, con las consecuencias desestabilizadoras
(división-enfrentamiento) que una apuesta así conlleva.
Traído el texto al hoy
de nuestra vida, muy en resumen y por no cansaros mucho ya, significa que una
experiencia de fe que no nos mueva al cambio personal (creer en honradez y
humanidad) y a la transformación social (justicia), supone un
fracaso como religión.
No en vano hay quien defiende la religión “light” y la “privatización” de
la fe, o lo que es lo mismo “reza en tu casa pero que no se note en
nada y no se te note nada, al salir de ella”
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