EVANGELIO
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: - «Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed; pero, como os he dicho, me habéis visto y no creéis.
Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré afuera, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Ésta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día. Esta es la voluntad de mi Padre:'que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.»Juan 6, 35-40
COMENTARIO
“Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que venga a
mí no lo echaré afuera”.
Quizás por este motivo Jesús, cuando comenzó este
discurso del Pan de Vida, aun contrariado por las razones últimas del presunto
discipulado de aquellos que le seguían por un cierto interés no confesable
tras la multiplicación de los panes (“os
habéis hartado de pan”), ni los apartó, ni los amenazó, ni los advirtió,
simplemente les propuso mantener miras
más altas.
Comprendo que en ocasiones a Jesús le saliera del alma un
seguimiento más pleno… pero según dice él mismo “no había bajado del cielo para
hacer su voluntad, sino la voluntad del que lo ha enviado”; y “esta es la
voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio”.
Simplemente, inapelable.
Y dos mil años después…aquí estamos algunos. Yo confieso,
desde mi particular modo de ver el cristianismo dada mi dedicación, que me
“tensa” la “tensión” entre hacer mi voluntad o “la voluntad del que me ha
enviado”. Y me “tensa” porque me “cansa”.
“Que no pierda nada de lo que me dio”…. No me quiero
poner estupendo pero ciertamente….. me sobrecoge. Y me sobrecoge porque si hago
una lista de lo que me han influido mis propias derrotas, en el fondo descubro
que actualmente hago más mi voluntad que la voluntad del que me ha enviado.
Si fuera persona de “plegaria”, que no lo soy mucho,
creo, hoy la plegaria debería consistir en una mirada más profunda sobre las
personas, una escucha más atenta, unos labios menos ligeros, un gusto más
paciente y un tacto más delicado.
O lo que es lo mismo, optar decididamente por hacer todo
lo posible para no perder nada ni a nadie.
Para colmo, en la lectura “plegariante” que estoy
haciendo del escrito del Papa Francisco “La Alegría del Evangelio” leo esta
mañana:
“Para disponerse a
un verdadero encuentro con el otro, se requiere una mirada amable puesta en él.
Esto no es posible cuando reina un pesimismo que destaca defectos y errores
ajenos, quizás para compensar los propios complejos. Una mirada amable permite
que no nos detengamos tanto en sus límites, y así podamos tolerarlo y unirnos
en un proyecto común, aunque seamos diferentes. El amor amable genera vínculos,
cultiva lazos, crea nuevas redes de integración, construye una trama social
firme.”
(Amoris
laetitia, 100)
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