EVANGELIO
En aquel tiempo dijo Juan, el Bautista:
El que viene de lo alto está por encima de todos. El que es de la tierra es de la tierra y habla de la tierra. El que viene del cielo está por encima de todos. De lo que ha visto y ha oído da testimonio, y nadie acepta su testimonio.
El que acepta su testimonio certifica la veracidad de Dios. El que Dios envió habla las palabras de Dios, porque no da el Espíritu con medida. El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano. El que cree en el Hijo posee la vida eterna; el que no crea al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios pesa sobre él.Juan 3, 31-36
COMENTARIO
El texto de hoy hace referencia a palabras
pronunciadas por Juan Bautista. Pero el Juan Bautista que aparece aquí
reflexionando no es aquel que anunciaba la llegada inminente del Reino de Dios. Cualquier cristiano nota la gran
diferencia entre la predicación del Juan Bautista que nos pintaba el evangelio de Lucas durante el Adviento y la del Juan
Bautista que nos presenta el evangelio de Juan.
El primero es fogoso, práctico, concreto,
como un hombre que se enfrenta a las
injusticias de las estructuras (Lc 3,1-20).
Así le veíamos durante el mes de diciembre, en el Adviento. Viéndole tan
entregado es fácil comprender que murió a manos de Herodes Antipas en la fortaleza de Maqueronte por denunciar su vida llena
de injusticias.
Al Juan Bautista del Evangelio de Juan lo
vemos calmado, reflexivo, sugerente, como un teólogo que trata de darnos una
enseñanza sobre el Dios que orientó la vida y misión de Jesús.
Quien está hablando no es alguien que
conoce a Jesús con ojos terrenales. Es alguien que ya se ha
adentrado en el misterio de Jesús resucitado. Por eso, no es el Juan Bautista del Jordán el que realmente habla, sino la comunidad del
Resucitado que pone en boca del Bautista las grandes
conclusiones a las que llegaron aquellos cristianos después de que Jesús superó
las ataduras de la muerte.
Una de estas grandes conclusiones es la
siguiente: La fe en Jesús resucitado es un gran acto de fe que engloba pequeños
actos de fe. Creer en Jesús resucitado, supone creer también:
- que la vida brota de la entrega...
- que Jesús ha abierto el camino para que
el bien y la esperanza triunfen...
- anunciar vida y hacer que ésta se palpe
en la historia.
No se puede afirmar la fe en la
resurrección y andar diciendo por ahí, con lamento pesimista, que este mundo va cada vez peor y que la persona humana no tiene solución ni
arreglo...
No se puede creer que Dios dio una vida nueva a Jesús
crucificado, y acto seguido eludir un serio compromiso para que tengan vida todos los «crucificados» de la historia...
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