lunes, 4 de abril de 2016

DOMINGO II DE PASCUA. EL EVANGELIO DEL 3 DE ABRIL



EVANGELIO
Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
–Paz a vosotros.
Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
–Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
–Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedarán retenidos.
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:
–Hemos visto al Señor.
Pero él les contestó:
–Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
–Paz a vosotros
Luego dijo a Tomás:
–Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.
Contestó Tomás:
–¡Señor mío y Dios mío !
Jesús le dijo:
–¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su Nombre.

Juan   20, 19-31

COMENTARIO
Creo que si Tomás “levantara la cabeza” nos diría a los “predicadores” de todo los tiempos: “¡que bien os vino mi duda y mi actitud!”. Porque, ciertamente, un “predicador” que se precie incluso puede “ensañarse” con Tomás tildándolo de “hombre de poca fe”.


No voy a ser yo quien “restañe” la herida histórica que ha caracterizado a este apóstol a lo largo y ancho del cristianismo. Pero a mi corto entender creo que el problema de Tomás no fue de in-credulidad  sino más bien creo que fue un problema de des-piste. Efectivamente, Tomás se perdió porque probablemente le costó mucho  entrar en la onda de Jesús incluso antes de ser crucificado, dado su mestizaje medio judío medio griego. Me explico.

La vida de Tomás bien podría caracterizarse como la historia de una impertinencia. ¿Recuerdan cuando Jesús se puso dramático un día y anuncia que se va a un sitio al que de momento los demás no pueden ir pero que se va para “preparar sitio”? ….. Bien pues Tomás allí ya dio buena cuenta de su in-pertinencia y de su des-piste. 

En aquella ocasión, frente al dramatismo de Jesús, a Tomás solo se le ocurre preguntar que al lugar que iba Jesús los discípulos no podían seguirle porque no “sabían el camino”; a lo que Jesús contestó: “Tomás, hijo; ¿aún no sabes que yo soy el camino , la verdad y la vida?”. Me imagino a Tomás planchado y pensando para sus adentros, “he metido la pata hasta el garrón”

Tomás pensaba en un lugar más allá de la historia, idílico, divino…perfecto. Y Jesús le dijo, “que no Tomás, que el lugar del que estoy hablando no es localizable en un mapa porque es, más que un lugar, una manera de vivir: “yo soy un camino, una verdad y una vida. Ese es el “lugar” al que voy, y al que tú irás… si quieres”.  

Por ponernos un poquito “coloquiales”, es como si Jesús le dijera a Tomás: “Tomás, tu cielo soy yo”, “atrévete a vivir como yo y estarás ya en el cielo.. y la vida te sabrá a gloria”. Mira por donde, la “in-pertinencia” de Tomás reveló una “verdad del cristianismo” que todavía no hemos asumido del todo, porque todavía confiamos en alguien que nos libere del “caminar cotidiano” tan cansado, tan sacrificado, en ocasiones.

En el fondo, hoy, tendríamos que colgarnos todos un cartelito diciendo: “Tomás somos todos”. Porque son muchos los momentos en que anhelamos un cristianismo de baja intensidad, indoloro, no-comprometido con esta historia, eso sí, con sus buenas dosis de incienso “para gloria de Dios”.

Os cuento esta historia porque yo me imagino que Tomás se despistó desde aquel momento, se desvinculó un poquito de la comunidad e iba por libre, y eso fue otra dificultad que le persiguió toda su vida: el “creer por libre”. 

Ciertamente se puede “creer por libre” pero ¡es tan costoso!. “Creer por libre” es hacer querer tú todo, creer sólo desde ti, pensar que no hay más criterio que el tuyo… y eso, que no es ni bueno ni malo, ciertamente es un problema. El des-piste, en cualquier ámbito de la vida, es un problema. Necesitamos referencias. 

El comienzo del evangelio de hoy narra cómo los discípulos, aunque “acongojados” por miedo a los judíos, estaban juntos, menos el “impertinente” de Tomás. ¡Vaya por Dios!. Una mínima experiencia de comunidad es necesaria, no para des-personalizarnos, pero si para des-individualizarnos, y aprender a “creer con-otros” y no “sin necesidad-de otros”. 

Este “ir por libre” de Tomás provocó que no tuviera más remedio que “volver a creer”, “después de haber creído”, y quizás tuvo que recorrer de nuevo el camino, la verdad y la vida que era Jesús.

En ese momento le salió al encuentro a Tomás esa “segunda impertinencia”, a modo de una “segunda conversión” que todos tenemos en la vida: “creer después de haber creído”, no teniendo más remedio que re-conocer el cuerpo del Resucitado, eso si, de otra manera. 

Quizás por eso Tomás necesitó “tocar de nuevo”, re-sentir a Jesús, igual que el hijo menor del padre bueno de la parábola cuyo abrazo (tacto) le reconcilió. Y es que el “tocar” tiene un no se qué… que da seguridad y protección. 

El itinerario de Tomás es un itinerario fatigoso, de impertinencia en impertinencia,  ahora por aquí, ahora por allí, ahora dentro, ahora fuera, ahora solo, luego acompañado; por eso Jesús dice “dichosos los que no sufren tanta tensión en la vida”. Y es verdad….es una dicha… pero algunas veces los caminos son fatigosos y torturantes, como cuando encuentras el amor de tu vida tras varias historia de desamor. ¡Qué le vamos a hacer! 

La fe (impertinente) de muchos le debe mucho a la in-pertinencia de Tomás; al final sólo quiso tocar un poquito, se conformó con poco, y le bastó para decir, de nuevo: “Mi Señor, mi Dios.


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