lunes, 11 de enero de 2016

LUNES DE LA SEMANA I DEL TIEMPO ORDINARIO. EL EVANGELIO DEL 11 DE ENERO


EVANGELIO
Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.»
Pasando junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que eran pescadores y estaban echando el copo en el lago.
Jesús les dijo: «Venid conmigo y os haré pescadores de hombres.»
Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Un poco más adelante vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. Los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon con él.
Marcos   1, 14-20
COMENTARIO


La aproximación crítica a los evangelios nos permite mantener una distancia histórica ante ellos; o dicho con otras palabras, ya sabemos que lo que cuentan no son descripciones históricas sino experiencias religiosas “cocinadas” –diríamos hoy- por las primeras comunidades cristianas. Digo esto porque, si no lo entendemos así, no podríamos comprender el texto de hoy.


La llamada a los primeros discípulos es instantánea y anárquica, y la respuesta de ellos igual. Nosotros, veinte siglos después, sabemos que en todo hace falta un cierto proceso porque todo lo que tiene que ver con lo humano -desde el comer, el comprender o el amar- exige de un aprendizaje y una interiorización. Recién nacidos no nos podemos comer una “cocido de los que hacen las madres” (creo); vamos poco a poco conforme nuestro sistema digestivo se va haciendo.

Entonces ¿qué hay de verdad en textos como los de hoy? Pues yo creo que algo que es esencial a la fe. Más allá de nuestros procesos de iniciación a la fe, discernimiento y seguimiento, hay una chispa de fascinación (enamoramiento), incluso no racional, que está siempre presente en nuestras opciones.

Es lo que la espiritualidad cristiana ha querido afirmar con el llamado “amor primero”. El “amor primero” no es el “primer amor”; es más bien la actitud permanente que funda nuestra capacidad para amar. Perdida esa actitud se pierde todo, pero mantenida esa actitud se encaja “casi” todo.

Si hemos optado vitalmente por el cristianismo como “aliento y sentido” de nuestra vida, quiere esto decir que más allá de las contradicciones personales (tradicionalmente llamados pecados), y más allá de las incoherencias que soporta históricamente el cristianismo (tradicionalmente llamadas “los pecados de la Iglesia”), insisto.. más allá de esto.. podemos seguir manteniendo nuestro seguimiento de este proyecto vital iniciado por Jesús y seguido históricamente por tantas personas.

Si nos fascina la persona de Jesús y su apuesta vital, en el fondo, estamos siendo pescadores como Simón, Andrés, Santiago y Juan aunque en nuestra vida hayamos intentado pescar siquiera una trucha. Lo que está claro es que en este mar revuelto que es la historia cotidiana, con la mirada puesta en ese “amor primero”, intentamos “pescar” el sentido que tiene, por ejemplo, el día de hoy… que no es poco.


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