En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«En aquellos días, después de esa gran angustia, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán.
Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte.
Aprended de esta parábola de la higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas,deducís que el verano está cerca; pues cuando veáis vosotros suceder esto, sabed que él está cerca,a la puerta. Os aseguro que no pasará esta generación antes que todo se cumpla. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán, aunque el día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre.»
«En aquellos días, después de esa gran angustia, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán.
Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte.
Aprended de esta parábola de la higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas,deducís que el verano está cerca; pues cuando veáis vosotros suceder esto, sabed que él está cerca,a la puerta. Os aseguro que no pasará esta generación antes que todo se cumpla. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán, aunque el día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre.»
Marcos 13, 24-32
COMENTARIO
Hay una frase en
los evangelios que, a mi juicio, al absolutizarla, ha distorsionado la experiencia
religiosa cristiana. Efectivamente, me refiero a la
frase con la que en
ocasiones intentamos definir la fe como
“creer sin ver”, apoyada en aquel comentario que hizo Jesús al apóstol
Tomás diciéndole de aquello de “porque has visto has creído, dichosos aquellos
que creen sin haber visto”.
No vamos a
interpretar aquel evangelio en este momento porque no toca, pero me da a mí que
Jesús no quiso trasmitir a Tomás la esperanza en un ser más allá de esta
historia que hoy nos aparece velado. Más bien, la queja de Jesús a Tomás no es
tanto por incrédulo (en ese sentido) sino por “poco lúcido”, “poco profundo”,
“poco apasionado”. Cuando te falta lucidez, profundidad y apasionamiento en la
vida, no “ves nada”, ni lo más evidente.
La palabra “creer” no está lejos
de significar, en su origen, algo así como “poner el corazón en algo”. Este es
el gran reto de la evangelización. No se trata de contestar, así en frío, si
crees en dios o no, si crees en Jesús o no, si crees en la otra vida o no… contestar
sí o no a estas preguntas no tiene por que alterar tu vida presente (“ya
veremos, cuando llegue”, decimos en ocasiones); la pregunta es, más bien, “si “pones tu corazón” en la manera de sentir
la vida y de ver la vida que tenía Jesús de Nazaret. La pregunta por la fe,
entonces, no es una pregunta teórica, es una “práctica”, es una “manera de
vivir”.
Hago este
prólogo, extenso para lo que suelo últimamente, porque “creo” que es la única
manera de entender el evangelio de este domingo. Jesús, en este evangelio de
Marcos y después de haber llevado a cabo toda su obra “liberadora” en favor de
los pobres, pecadores, leprosos, endemoniados, le dice a sus discípulos que
sean lúcidos, porque un mundo acaba, y empieza otro nuevo.
¿Qué mundo
acaba? El mundo religioso judío que él se ha encargado de denunciar con su
vida; todo un sistema cultural y religioso caduco por injusto e insensible.
Eso, para un judío era el fin del mundo; o dicho con palabras más de hoy, el
fin de un “sentido” sobre el mundo; o mejor, el fin de una “manera de ver la
vida”. Todo esto es expresado con las “categorías” del momento (“en aquellos días, después de esa gran angustia, el sol
se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del
cielo, los astros se tambalearán”).
¿Qué mundo va
empezar? El suyo; la propuesta de Jesús de Nazaret. En “aquel entonces” un
“modo alternativo” de ver la vida. “Rastreando” con “lucidez” los evangelios
nos damos cuento de que Jesús propuso “otro sistema” de vida, un sistema
“alternativo” al judío. Su problema fue que lo propuso “en el nombre de Dios”,
en el nombre del “mismo Dios” que llevaba anunciando el judaísmo por lo
menos durante doce siglos. Y no se lo
permitieron, claro, por eso mataron a Jesús.
Cuando en el
evangelio de hoy Jesús propone a sus
discípulos la “parábola de la higuera”, en el fondo yo creo que les esta
diciendo si “son capaces de ver en esos signos la llegada de un tiempo nuevo.
¿Qué signos?
Pues es evidente, el final de una “manera de ver la vida” y “el comienzo de
otra”. Por tanto, la fe no es tanto
“creer sin ver” cuanto “ver más de lo que hay”, es decir ver en el testimonio
“atrevido e imprudente” de Jesús un “orden nuevo”, “una lógica vital nueva”. La
parábola de la higuera es una retadora manera de decirle a sus discípulos si
son capaces de “poner su corazón” en el “experimento” que el les anuncia, es
decir les pregunta por si son capaces de “creer en él”, en su proyecto. Y por si queda alguna duda dice que su
proyecto es “el definitivo” (“el cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán”).
Por tanto, todas estas imágenes de
catástrofes que aparecen en el evangelio de hoy, lejos de ser una excusa para
una superproducción de Hollywood, creo que se trata de una “compleja” propuesta
a la Iglesia de todos los tiempos; se trata de “identificar” en los signos que
hizo Jesús (“las ramas tiernas de donde brotan las yemas”) no tanto la
“existencia de otra vida” cuanto la
“posibilidad de vivir de otra manera en esta vida”.
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