martes, 6 de octubre de 2015

SÓLO 1 MINUTO. MARTES

EL ILUSTRE DOMINICO



El ilustre dominico -prestigioso profesor de teología dogmática en una renombrada universidad eclesiástica- trabajaba duramente afinando sus silogismos con precisión tomista. Al terminar de preparar su clase, la luna lucía en redonda plenitud y el silencio aleteante por los entresijos del convento era tan denso que se podía oír crecer el césped.

Antes de entregarse al descanso, se dirigió, según su costumbre, a la Iglesia para recogerse ante el Señor. La nave gótica rezumaba un olor a incienso rancio y a cera virgen. En la penumbra del templo destacaba la silueta del Crucificado fugazmente iluminada por lamparillas de aceite que perfilaban su cuerpo destrozado. El Padre Nicodemo se arrodilló ante la imagen, elevó sus ojos que se cruzaron con los agónicos del Cristo, y oró así:

- Señor, creo que eres el Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos. Engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho. Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero...
- Hijo -le interrumpió el crucificado- ¿todo eso lo dices por ti mismo o porque otros te lo han contado de mí?

- Pero, Señor, si esas palabras son del credo nicenoconstantinopolitano...


- Ya lo sé, pero ¿cuándo te vas a enterar de que para hablar conmigo debes cerrar tu inteligencia y abrir el corazón?


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