miércoles, 28 de octubre de 2015

SAN SIMÓN Y SAN JUDAS TADEO. EL EVANGELIO DEL DÍA 28 DE OCTUBRE


EVANGELIO
En aquel tiempo, subió Jesús a la montaña a orar, y pasó la noche orando a Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, escogió a doce de ellos y los nombró apóstoles: Simón, al que puso de nombre Pedro, y Andrés, su hermano, Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago Alfeo, Simón, apodado el Celotes, Judas el de Santiago y Judas Iscariote, que fue el traidor. Bajó del monte con ellos y se paró en un llano, con un grupo grande de discípulos y de pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón. Venían a oírlo y a que los curara de sus enfermedades; los atormentados por espíritus inmundos quedaban curados, y la gente trataba de tocarlo, porque salía de él una fuerza que los curaba a todos.

Lucas   6, 12-19
COMENTARIO


Celebra hoy la Iglesia la memoria de dos apóstoles
de segundo nivel. De uno no nos consta que pronunciara palabra, Simón el Cananeo (o el Celotes), y Judas Tadeo algo dijo, pero la verdad, dado lo conflictivo de su nombre por coincidir con el del Iscariote, yo creo que no podría reproducir, sin leerlas previamente, alguna de sus palabras. 



Además por si fuera poco, Judas Tadeo es de estos personajes que pululan en cuartillas por las parroquias, con no se que oraciones que hay que rezar y fotocopiar para que se cumpla exactamente no se qué. A ver cuando cuaja esto definitivamente en el whtssapp, también para estos menesteres, y nos ahorramos en las Iglesias esos textos de dura e ilegible maquetación. 

Lo que está claro es que Simón y Judas debieron evangelizar a pesar de la breve memoria que ha  dejado en la comunidad cristiana posterior, dándonos a entender que no todos los liderazgos han de ser fuertes, e incluso, ante el peligro de que sean excluyentes, bien haríamos los cristianos por no anhelar famas exóticas y pasar al estilo de Jesús, “como uno de tantos”.

Pero en el texto de hoy, hay un detalle que siempre me ha sorprendido. Efectivamente, sorprende la tensión que en Jesús supone la montaña y el llano. En la montaña reza, se siente débil y zozobrante, se vacía de sí y se llena de la experiencia del Padre …; y en el llano, libera, acaricia, grita y muestra todo su poder.

La montaña es lugar de acogida del misterio que lo envuelve, el llano, lugar de donación exuberante de toda su persona. Y es como si la orografía del mundo fuera una réplica de los movimientos de nuestro corazón, sístole y diástole, acogida y donación, llenarse y vaciarse. Ese movimiento nos asemeja a Jesús y –permitidme el exceso- nos hace divinos.

Por eso cuando no escuchamos y sólo hablamos, cuando no obedecemos y sólo decidimos, y cuando nuestro grito sólo nos desahoga pero no nos ahoga, quizás no hemos descubierto la huella del Padre que hay en nosotros, y entonces la criatura que somos, cuál adolescente nervioso, no es más que una curva recluida en su centro que se sabe, solo y sólo, ombligo del mundo.

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