domingo, 18 de octubre de 2015

DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO. EL EVANGELIO DEL 17-18 DE OCTUBRE

EVANGELIO
En aquel tiempo, los discípulos iban subiendo camino de Jerusalén, y Jesús se les adelantaba; los discípulos se extrañaban, y los que seguían iban asustados.
Él tomó aparte otra vez a los Doce y se puso a decirles lo que le iba a suceder: «Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, y el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, se burlarán de él, le escupirán, lo azotarán y lo matarán; y a los tres días resucitará.»
Se le acercaron los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: «Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir.»
Les preguntó: «¿Qué queréis que haga por vosotros?»
Contestaron: «Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda.»
Jesús replicó: «No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?»
Contestaron: «Lo somos.»
Jesús les dijo: «El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mi concederlo; está ya reservado.»
Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan.
Jesús, reuniéndolos, les dijo: «Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros, nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos.»

Marcos 10, 32-45
COMENTARIO


Permitidme que os haga una confesión: yo no me puedo creer que lo que se nos cuenta  hoy ocurriera tal y como se nos narra. No puedo comprender cómo estos dos discípulos de Jesús pudieron ser tan insensibles y cínicos. Además no estamos hablando de dos discípulos de segunda división; no, estamos hablando nada menos que de Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo. No es de extrañar que en la "versión" de Mateo, más tardía, la autora de la petición sea la madre de los "nenes".

Efectivamente no puedo comprender que en el círculo de Jesús funcionara esto de repartir la herencia (“concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda”),  antes de enterrar al muerto, (“el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles”). Quiero pensar, más bien, que el evangelista compone un relato “literario” en el que se dan cita los ambiguos sentimientos que provocó el Maestro de Galilea. La pericia del evangelista se permite unir literariamente estas actitudes contradictorias y componer un mensaje de marcado tono provocador.

Esto es importante para mi, porque en vez de hacer de este texto una estéril historia de buenos y malos, creo que nos ofrece la posibilidad de “mirarnos” y vernos “capaces de lo mejor y de lo peor”. Pero todos. Es decir, en todos nosotros conviven sentimientos contradictorios. ¿Cuáles son estos sentimientos?

Ahí vamos. Yo me imagino que Marcos quiso ponernos sobre aviso de que no tenemos más remedio que vivir la vida con “realismo” (“él tomó aparte otra vez a los Doce y se puso a decirles lo que le iba a suceder”). Es decir, no podemos refugiarnos en discursos poéticos ni en homilías “buenistas” que nada tienen que ver con la vida. Aunque “suenen” bien, son inútiles, porque no transforman nada, y lo más grave, no transforman ni a uno mismo. 

Dicho con otras palabras, no puedes dedicarte a pintar un “cielo azul” cuando muchos viven un “infierno insufrible”. Jesús sabía mucho de “su infierno”, con perdón.

Ante eso cabe una respuesta, lógica por otra parte: “defendernos”, “ponernos a salvo” –esta es la actitud de Santiago y Juan-. En el fondo (yo lo digo por mí, de verdad), todos tenemos una “primera reacción” de defensa, bien porque no nos toca la realidad (infernal) de lleno y estamos de hecho “un poco a salvo”, o bien porque decimos “pies para que os quiero” y salimos corriendo hacia donde nos permiten nuestros “posibles”. Esta “defensa”, en ocasiones, nos hace que nos demos lástima a nosotros mismos, porque caemos en la cuenta de la “pobreza de nuestros discursos”. En el fondo, Santiago y Juan en el contexto del relato, dan lástima.

Pero el evangelista nos señala un punto de llegada alternativo: la “apuesta”. Es decir, ante estos “realismos” que en ocasiones provocan en nosotros el “sálvese quien pueda”, cabe otra manera de reaccionar, con otro sentimiento: “salvémonos todos”. 

Y la fórmula de Jesús para estas situaciones es provocadora: “se esclavo de todos”. Frente a la identidad del que se siente “amo”, la única salida es apostar por ser “esclavo”. Yo creo que la palabra esclavo no podemos entenderla en clave de “sumisión al amo” –esto iría en contra de la predicación global de Jesús-. La palabra esclavo quiere indicar más bien el hecho de “no-pertenecerte” a ti mismo. Te debes a los otros, sólo puedes “ser alguien” si eres desde-los-demás y para-los-demás.


Por eso, cualquier “proyecto personal” que tenga como objetivo “quedar por encima de…”, nos convierte en hombres y mujeres de corazón “tirano”. Muy lejos de aquel “corazón partío” de la canción… por acabar de alguna manera.