Le intrigaba a la comunidad judía de
aquella ciudad el que su rabino desapareciera todas las semanas la víspera del
sábado. Todos le consideraban un buen judío y presentían que el sábado no
realizaría ningún trabajo, tal como estaba mandado por la religión judía, sino
que se dedicaría a la oración y la contemplación de Dios.
Sospechando que el rabino se encontraba en
secreto con Yavé, encargaron a uno de sus miembros que le siguiera y fuera
testigo de sus encuentros con Dios… así podrían considerarle como un santo.
Y el “espía” comprobó que el rabino,
llegado el sábado, se disfrazaba de campesino y atendía a una mujer pagana
paralítica, limpiando su cabaña y preparando para ella la comida del sábado.
Cuando el “espía” regresó, la comunidad
judía le preguntó:
“¿Adonde ha ido el rabino? ¿Le has visto
ascender al cielo?”.
“No”, respondió el otro, “ha subido aún más
arriba…”
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