En aquel tiempo, mientras iban de camino Jesús y sus discípulos le dijo uno: «Te seguiré adonde vayas.»
Jesús le respondió: «Las zorras tienen madriguera, y los pájaros nido, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza.»
A otro le dijo: «Sígueme.»
Él respondió: «Déjame primero ir a enterrar a mi padre.»
Le contestó: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el reino de Dios.»
Otro le dijo: «Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de mi familia.»
Jesús le contestó: «El que echa mano al arado y sigue mirando atrás no vale para el reino de Dios.»
Jesús le respondió: «Las zorras tienen madriguera, y los pájaros nido, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza.»
A otro le dijo: «Sígueme.»
Él respondió: «Déjame primero ir a enterrar a mi padre.»
Le contestó: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el reino de Dios.»
Otro le dijo: «Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de mi familia.»
Jesús le contestó: «El que echa mano al arado y sigue mirando atrás no vale para el reino de Dios.»
Lucas 9, 57-62
El evangelio de hoy es una tentación entenderlo en clave
“individual”, y yo creo que entonces se
vuelve una experiencia “imposible”, porque quizás resulte “sobre-humano”
cumplir con una experiencia religiosa tan extremadamente exigente. Aunque,
quizás excediéndome indebidamente, yo pienso que más que extremadamente
exigente se trataría de una experiencia religiosa “marcadamente
fundamentalista”; es decir “sin pasarla previamente por el contexto cultural de
la época.
Por eso creo que el “marco” adecuado para entender este
evangelio no es el “individual” sino el “comunitario-eclesial”. Jesús pronuncia
esas palabras a toda la comunidad, y además intentando marcar distancias con la
manera de pensar con el “judaísmo.
Ye hemos dicho en alguna que otra ocasión que para el “judío
de bien” “casa y familia” son sagradas.
La “casa” como expresión de la tierra, la “familia” como expresión de la
descendencia. Tierra y descendencia recordad que eran las dos promesas
fundacionales del judaísmo abrahámico.
Por tanto, no tener donde reclinar la cabeza (no tener
casa), no enterrar a tu padre (no “sacralizar” la familia) y no echar la vista
atrás (es decir, no vivir fiados del “dios de nuestros padres”)… todo esto…
supone situarse en perspectiva claramente conflictiva con el judaísmo más
ortodoxo.
Jesús se presenta, por tanto, como la nueva casa y la nueva
familia. Yo creo, sinceramente, que más que un texto de perfil vocacionalmente
dulzón, se trata de una manera de decir que la vida la vivimos “al día” y que
de Dios se tiene experiencia “caminando”, es decir, construyendo la historia y
construyéndote personalmente cada día.
No vendría mal que como Iglesia también nos miráramos en este
texto, a modo de espejo. Porque una Iglesia obsesionada con el pasado y la “santa
tradición” (en el peor de los sentidos de la palabra “tradición”) pudiera ser
una clara expresión de un “muerto necesitado de ser enterrado”, y un museo
lleno de un ¿bello? pasado.
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