miércoles, 2 de septiembre de 2015

MIÉRCOLES DE LA SEMANA XXII. EL EVANGELIO EL 3 DE SEPTIEMBRE


EVANGELIO
En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, entró en casa de Simón. La suegra de Simón estaba con fiebre muy alta y le pidieron que hiciera algo por ella. El, de pie a su lado, increpó a la fiebre, y se le pasó; ella, levantándose enseguida, se puso a servirles.
Al ponerse el sol, los que tenían enfermos con el mal que fuera, se los llevaban; y él, poniendo las manos sobre cada uno, los iba curando. De muchos de ellos salían también demonios, que gritaban:
–Tú eres el Hijo de Dios.
Los increpaba y no les dejaba hablar, porque sabían que él era el Mesías.
Al hacerse de día, salió a un lugar solitario.
La gente lo andaba buscando; dieron con él e intentaban retenerlo para que no se les fuese.
Pero él les dijo:
–También a los otros pueblos tengo que anunciarles el reino de Dios, para eso me han enviado.
Y predicaba en las sinagogas de Judea. 

Lucas  4, 31-37
COMENTARIO



La enorme lectura simbólica que tienen los textos evangélicos, y que indudablemente arrancan de su anclaje con la historia, nos permite hacer de esta palabra una palabra viva y siempre actuante para el ser humano. 

El texto que leemos hoy en el que se encuentra, entre otras cosas,  la curación de la suegra de Pedro bien podría valer para revisar nuestras opciones evangelizadoras y pastorales.


La palabra "fiebre"  tiene la misma raíz que "fuego". Y el fuego ha sido siempre un símbolo religioso que nos trae recuerdos de purificación, de conversión. Fuego es el acontecimiento que trae Jesús según el Bautista. 


Pero Jesús parece que entiende el fuego no como una actitud destructiva y combativa, al estilo de ciertos mesianismos políticos muy arraigados en la cultura judía. 

El mesianismo de Jesús lo era desde el servicio. De ahí que a la curación de la suegra de Pedro le suceda la actitud de servicio de aquella mujer cuando "se le pasó la fiebre".


Algún autor cristiano ha visto en la curación de la suegra de Pedro, la propia curación de Pedro, de sus delirios y fiebres de grandeza al frente de la primitiva comunidad cristiana.

Y también nosotros hemos de ser curados de nuestras fiebres de grandeza  que, en ocasiones, nos hagan delirar con unas opciones evangelizadoras que hagan de nuestra "verdad católica" la único verdadera, de nuestro "modo de hacer católico" el único posible, de "nuestra parroquia" la más prometedora, de "nuestras personalidades" las más admiradas... ¿Se nos habrán de pasar también estas fiebres y ponernos, más bien, a trabajar y a servir?

PD: Un comentario más arqueológico que ilustra la actividad de Jesús y la propia comunidad cristiana podéis encontrarlo aquí.

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