domingo, 6 de septiembre de 2015

DOMINGO XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO. EL EVANGELIO DEL 6 DE SEPTIEMBRE

EVANGELIO
En aquel tiempo, dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo, que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos.
El, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y mirando al cielo, suspiró y le dijo:
–Effetá (esto es, «ábrete»).
Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad.
Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían:
–Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos.

Marcos  7, 31-37

COMENTARIO
Muchas veces nos hemos referido a que el “catálogo de enfermedades” en tiempo de Jesús era más bien escaso. Casi todos los milagros físicos que aparecen en los evangelios tienen que ver con la vista, el oído,  el tocar (leprosos), y el caminar, es decir con elementos que nos “ponen en comunicación” con los otros, y en el caso de carecer de ellos nos aíslan. Por otra parte, los milagros psíquicos (endemoniados) tienen que ver con “ser uno mismo”, es decir con vivir la persona que somos, o en su defecto “estar habitados” por “otro” que nos des-personaliza; algo así como vivir alienados.

¿No habían entonces infartos, patologías del hígado, enfisemas pulmonares, úlceras estomacales, dolor de muelas, anginas….? Imagino yo que sí, pero valga este prólogo para entender que quizás los evangelistas nos “inviten”, ya desde hace veinte siglos a la hora de interpretar el milagro, a entender “más allá del milagro”,

Según su molde cultural y su manera de sentir la vida a todo judío de a pie le habían enseñado el hecho de que si una persona era sorda, muda, ciega o coja, además de un problema de salud tenía un enorme problema religioso. Esa carencia era signo de que Dios le había abandonado. Si Dios lo había abandonado, la institución religiosa estaba obligada a hacer lo mismo. Eran por tanto, marginados por la religión, que era la mayor desgracia que podía recaer sobre una persona. Jesús, con su actitud, manifiesta que Dios está más cerca de los marginados, de los que sufren. Al curar, Jesús les está sacando de su marginación religiosa, demostrando que Dios no margina a nadie y que “la religión de los que mandan” no actúa en su nombre.

Si os fijáis en la primea lectura de hoy, escrita lo menos setecientos años antes de Cristo, los judíos pensaban que los signos que  iban a acompañar al mesías, cuando viniera, precisamente iban a consistir en la “liberación” de todos esos problemas, lo cual suponía la re-inclusión en un sistema de convivencia normalizado: Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará.” También es verdad que el texto de la primera lectura añade “brotarán aguas en el desierto, torrentes en la estepa; el páramo será un estanque, lo reseco un manantial.”

Estos últimos “signos ecológicos” del mesías, que afectan a la naturaleza y no a las personas, no han “cuajado” tanto en nuestra espiritualidad y a nadie se le ocurre “pedir” un milagro para que el desierto se llene de “oasis”.

Quiero decir con esto que el milagro que nos ofrece hoy Jesús no es ni más ni menos que la “causa” a la que el Maestro de Galilea dedicó toda su vida y que no fue otra más que “devolver la dignidad a quien la había perdido” porque  en el nombre de dios se le había marginado. Allí don de el sacerdote judío decía, por ejemplo, “dios te maldice en tu sordera”, Jesús dice, “ábrete…. Y al momento se le abrieron los oídos”.

Esto es precioso, porque al fin y al cabo es como si estuviéramos en un buen momento para “caer en la cuenta” de que las “religiones” pueden dedicarse a “abrir puertas” o a “cerrarlas”. La verdad es que los esquemas se repiten siglo tras siglo.

Tiene gracia, hoy el milagro es mucho más difícil, porque nadie nos ha declarado sordos, sino que, por libre elección nos hemos hecho sordos y “pasamos” de prestar “oído atento” a muchos clamores.

El milagro, hoy, no consiste en “detectar a los que  no oyen”, sino más bien en  “oír a los que claman”. Los que tenemos la suerte de vivir en el occidente más o menos acomodado podemos cometer el riesgo de “hacer oídos sordos” a los que “nos claman desde otros lugares del planeta”.

¡Las vueltas que da la vida! ¡Para que luego digan que no hay que interpretar mucho el evangelio! Hoy, el lujo consiste en “hacerte sordo”, y lo que te complica la vida realmente es el hecho de “no poder dejar de oír” y no poder cruzarte de brazos porque alguien (o alguienes) te están reclamando un poquito de “tu ser”.

¿Qué puertas hay que abrirnos a los que vivimos relativamente acomodados en este sistema? Quizás nuestras capacidades dormidas (amor, ternura, alegría, generosidad, solidaridad, libertad…), quizás defensas protectoras que se han convertido en armadura oxidada (miedos, retraimiento, imagen idealizada…), quizás nuestras “manías” en las que nos hemos instalado, costumbres y rutinas que nos mantienen encerrados en una jaula de llevadero confort…

Pues eso…¡Effetémonos!



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