La Comadreja dio a luz un hijo, y, llamando a su marido, le dijo:
-Búscame unos pañales como a mí me gustan y tráemelos.
El marido quería complacer a su mujer y le preguntó:
-¿Qué pañales son esos que a ti te gustan?
Y respondió la Comadreja:
-Quiero una piel de elefante.
El pobre marido se quedó perplejo ante tales pretensiones y no pudo abstenerse de preguntar a su cara mitad si por ventura no había perdido la cabeza.
La Comadreja, por toda contestación, le arrojó la criatura a los brazos y salió inmediatamente y a toda prisa. Buscó al Gusano, y, así que lo encontró, le dijo:
-Compadre, mi tierra está llena de hierba; ayúdame a renovarla un poco.
Y cuando vio al Gusano atareado, escarbando, la Comadreja llamó a la Gallina y le dijo:
-Comadre, mi hierba está plagada de gusanos y necesito tu ayuda.
La Gallina echó a correr, se comió al Gusano y se puso a rascar el suelo.
Un poco más adelante, la Comadreja encontró al Gato y le dijo:
-Compadre, andan gallinas en mi tierra; bien pudieras en mi ausencia dar una vuelta por mis posesiones.
Un instante después el Gato había devorado a la Gallina.
Mientras el Gato comía a sus anchas, la Comadreja dijo al Perro:
-Patrón, ¿vas a dejar al Gato en posesión de esa tierra?
El Perro, furioso, corrió a matar al Gato, porque no quería que hubiese allí más amo que él.
Pasó por aquellos lugares el León, y la Comadreja lo saludó con respeto y le dijo:
-Señor mío, no te acerques a ese campo, que pertenece al Perro.
Al oír esto el León, poseído de envidia, se arrojó sobre el Perro y lo hizo mil pedazos.
Por fin asomó el Elefante, y la Comadreja le pidió auxilio contra el León. Y el Elefante entró como protector en la tierra de la que le imploraba auxilio. Pero ignoraba la perfidia de la Comadreja, que había abierto un hoyo muy grande, disimulándolo con infinidad de ramas.
El Elefante, al caer en el lazo, se mató, pero antes había ahuyentado al León, que, temeroso, se refugió a toda prisa en la selva.
La Comadreja arrancó la piel del Elefante y se la presentó a su marido, diciéndole:
-Te pedí una piel de elefante y me llamaste loca porque juzgaste mi deseo como el mayor desatino. Mediante Dios, la he obtenido y aquí la tienes.
El marido de la Comadreja ignoraba que su compañera era el animal más astuto del mundo y ni remotamente soñaba que lo fuese más que él.
Pero entonces lo comprendió. Tal fama consiguió la señora con su ardid que, desde lo ocurrido, se dice: ¡Es más astuto que una Comadreja!
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